sábado, 17 de diciembre de 2011

INDICE DE ARTESANÍAS DE 17 DE DICIEMBRE DE 2011



ARTESANÍAS  LITERARIAS
La revista que nunca duerme 
 Cuentos y poemas, textos literarios, ensayos, historia. 
Enviar mensajes y colaboraciones de cuentos y poemas con un breve CV y una foto  a:  
º º º º º

CONSEJO de COLABORADORES de ARTESANÍAS LITERARIAS
                               
                  
EDITOR: Andrés Aldao
          SEC. DE REDACCIÓN: Ester Mann
                  COLABORADORES:
Carlos Arturo Trinelli
                                                         Amelia Arellano
                                                          Celmiro Koryto
                                                         Cristina Pailos
Marita Ragozza de Mandrini
Ernesto Ramírez
Ofelia Funes

salutación a los lectores y amigos de *la que nunca duerme*





Este número de la que nunca duerme es más corto.No es un homenaje de los hacedores de Artesanías con ocasión de las fiestas que se avecinan, sino un recordatorio de la existencia de un mundo real, no tan agradable como el que proclaman las propagandas de las celebraciones.
En un año en que la revista Time ha proclamado en su conocida tapa que el suceso del año son los indignados, los millares de mujeres y hombres anónimos que se han manifestado a lo largo de este año 2011 por calles y plazas de todo el mundo para levantar sus voces de denuncia y protesta contra el orden establecido por los potentados del universo. De un planeta en el cual campean el hambre, la muerte de millones de personas, en el que centenas de millonarios viven en la abundancia y el placer, millares de nuevos ricos  aspiran a ser los pocos nuevos millonarios del mañana, y una inmensa masa de las capas medias se revuelven en la modorra agazapada de la sociedad de consumo... hasta que la crisis económica y financiera de estos últimos meses le repique en los bolsillos, le aparezca con el estría roja en las cuentas bancarias y en la próxima ola de despidos que los lncluya, sin falta, a los batallones de la pobreza y la realidad del capitalismo que expolia sin misericordia y, luego de haberles exprimido su vitalidad y creatividad, los arroja a las alcantarillas de la miseria.
Nos cabe adherir con fervor a las marchas de los indignados. E incluso con la espada de Damocles sobre nuestras vidas, les deseamos a todos que celebren estas fiestas próximas con una gruesa tajada de panetone y un vaso de vino chianti para hermanarnos todos que este próximo y efímero acto de gula en la medianoche del 31, en que el 2011 se retira del escenario y el bebé 2012 aparece con el cordón  umbilical prolijamente cortado y los primeros vagidos del flamante año se esparcen como estelas de cientos de meteoritos multicolores.

¡FELICES FIESTAS, AMIGOS!!

El Editor, la Secretaria de Redacción y los Colaboradores 

Mempo Giardinelli


                     

La lengua que hablamos

Por Mempo Giardinelli

A propósito del Museo de la Lengua recientemente inaugurado en la Biblioteca Nacional, en varias notas de diarios, revistas y radios se lo identifica como “de la lengua española”. Y es curioso, porque tal categoría es un error conceptual, además de que no es la denominación oficial que le ha dado la BN al flamante museo.
Pero este yerro ya está instalado en el imaginario nacional contemporáneo. Lo que obliga a hacer algunas precisiones, porque nosotros hablamos Castellano, no Español.
Es claro que, como se dice comúnmente, hablamos la lengua de Cervantes. Pero es también la lengua de Sor Juana y de Sarmiento, la de Borges y Cortázar, y la de Neruda, García Márquez, Rulfo y tantos y tantas más que han creado una magnífica literatura que hoy nos expresa a más de 500 millones de personas, y es, después del chino mandarín, la lengua más hablada y leída del planeta por el número de personas que la tienen como lengua materna.
El Castellano es la lengua romance que ha logrado mayor difusión en el mundo contemporáneo. Es uno de los seis idiomas oficiales de las Naciones Unidas; el segundo más estudiado en el mundo después del Inglés y el tercero más usado en Internet.
Pero es Castellano. No Español, como se popularizó en el mundo última y equivocadamente, y por diversas razones políticas y económicas. Entre ellas, el avance de Telefónica en América y la creación del Instituto Cervantes como avanzada política cultural de España en el mundo. Lo cual estuvo muy bien para ellos, pero limitó el término “castellano” a designar el dialecto románico nacido en el Reino de Castilla durante la Edad Media, y que se habla en esa región. Contribuyó a ello la fácil traducción del gentilicio: Spanish, espagnol, Spanisch, spagnolo, espanhol, etc.
“El término español resulta más recomendable por carecer de ambigüedad”, declara ambiguamente el Diccionario Panhispánico de Dudas, en su edición de 2005. Pero entre nosotros hace ya 200 años que ese enorme lingüista que fue Andrés Bello advirtió el eje de la cuestión, al titular su obra principal, Gramática de la lengua castellana destinada al uso de los americanos. Un título perfecto.
Bello explicaba: “Se llama lengua castellana (y con menos propiedad española) la que se habla en Castilla y que con las armas y las leyes pasó a América, y es hoy el idioma común de los Estados hispanoamericanos”.
“Hoy no hay foco de conflicto con la RAE porque tiene un nivel de comprensión de las singularidades dialectales en América latina”, razona Horacio González. Lo que es cierto, pero no clausura la cuestión. De hecho, y no dudo de que HG lo comparte, el asunto está vigente entre nosotros, e incluso no termina de resolverse en España. La vigente Constitución Española de 1978, posterior a la caída del franquismo, define: “El castellano es la lengua española oficial del Estado (...) Las demás lenguas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas”.
No es dato menor que fue a partir de los ’90 que se inició la reconquista de la América latina por algunas grandes casas editoriales de España, que se transnacionalizaron comprando empresas locales, de México a Buenos Aires.
Nuestra lengua viene de la península, desde ya, pero se ha enriquecido y complejizado con muchísimos aportes propios, y hoy se compone de elementos lingüísticos extraeuropeos que merecen estudio y reconocimiento y la hacen otra, una y múltiple. El Castellano Americano que nos identifica y hermana políticamente recoge tradiciones propias y enlaza parentescos nacidos de esta tierra prodigiosa a la que vinieron millones de extranjeros para asimilarse y enriquecer su carácter, creando una cultura latinoamericana que necesariamente es un fruto plural y que tiene expresiones peculiares y su propia y riquísima tradición literaria. Y así es leída en todo el continente, porque ha sido y es escrita en el Castellano de América.
Hace poco, en la Universidad Federal de Niterói, en Brasil, me tocó inaugurar el 14º Congreso de Hispanistas de ese país, donde nuestro idioma está adquiriendo un notable desarrollo gracias a políticas públicas que advierten la importancia de la lengua que los rodea en todo el continente y que expresa a casi 40 millones de latinoamericanos de todos los países (excepto Chile) con los que Brasil tiene fronteras. Y allí observé el mismo fenómeno: la cuasi imposición de la denominación Español para una lengua –la nuestra– que en realidad es el Castellano Americano que se habla, escribe y lee en Nuestra América.
El asunto no es nuevo. En tiempos de Perón, por cierto, se estudiaba “Lenguaje Nacional”. Y cuando yo era chico estudiábamos “Castellano” de primero, segundo y tercer año; y luego, en cuarto y quinto, Literatura Universal e Hispanoamericana. Hoy se impuso una deslavada e imprecisa “Lengua” mientras se populariza la creencia de que hablamos “Español”.
La importancia del idioma en la formación de una identidad, así como la propiedad, el uso coloquial y la enseñanza de la Literatura no son asuntos menores ni superfluos. Ya Don Juan Filloy lo subrayaba en los albores de la democracia, cuando resaltaba la pobreza coloquial de los argentinos, que usaban poco más de mil vocablos de una lengua que tenía entonces 73.000.
Un cuarto de siglo después las cosas no han mejorado. Hoy, con los aportes de todas las academias correspondientes de la América hispana, nuestro idioma supera los 90.000 vocablos, pero sigue siendo urgente detener la pobreza lexical, la pauperización expresiva y la extranjerización agresiva y aculturizante de nuestro pueblo. Y si ni siquiera sabemos el nombre correcto de la lengua que hablamos, la cosa es más grave aún. ■

Sobre el Capitalismo - Walter Benjamín




Sobre el Capitalismo - Walter Benjamin

Hay que ver en el capitalismo una religión, es decir, el capitalismo sirve esencialmente a la satisfacción de las mismas preocupaciones, suplicios e inquietudes a las que daban respuesta antiguamente las llamadas religiones. Probar esta estructura religiosa del capitalismo, es decir, probar que no es sólo una formación condicionada por la religión como lo piensa Weber, sino un fenómeno esencialmente religioso, nos conduciría hoy al extravío de una polémica universal exagerada. No podemos estrechar la red en la cual nos sostenemos; sin embargo, este punto será apreciado posteriormente.
No obstante, podemos desde ahora reconocer en el tiempo presente tres rasgos de esta estructura religiosa del capitalismo.  En primer lugar, el capitalismo es una religión puramente cultual, quizás la más extrema que jamás haya existido. En él, todo tiene significación inmediata respecto del culto, no conoce ninguna dogmática específica, ninguna teología. El utilitarismo gana bajo este punto de vista toda su coloración religiosa.  El segundo rasgo del capitalismo está estrechamente ligado a esta concreción del culto: la duración permanente del culto. El capitalismo es la celebración de un culto sans rêve et sans merci.1 No existe en él ningún “día ordinario”, ningún día que no sea día de fiesta en el terrible sentido del despliegue de la pompa sacra, de la tensión extrema del adorador.  En tercer lugar, este culto es culpabilizante. El capitalismo es probablemente el primer caso de un culto que no es expiatorio sino culpabilizante. En esto, este sistema religioso se precipita en un movimiento colosal. Una conciencia monstruosamente culpable que no sabe expiarse se apodera del culto no para expiar en él esta culpa sino para hacerla universal, para hacerla entrar por la fuerza en la conciencia y, finalmente y sobre todo, para implicar a Dios en esta culpabilidad a fin de que él mismo tenga, finalmente, interés en la expiación. Esta última no hay que esperarla en el culto mismo, ni en la reforma de esta religión -ya que seria preciso que esta reforma pueda apoyarse sobre un elemento certero de esta religión-, ni en su rechazo.  En la esencia misma de este movimiento religioso que es el capitalismo yace la perseverancia  hasta el final, hasta la completa culpabilización final de Dios, hasta un estado del mundo afectado por un desesperanza que todavía se espera.  Lo que el capitalismo tiene de históricamente inaudito es que la religión no es ya la reforma del ser sino su destrucción.  Habría que esperar la salvación de la desesperanza que se extiende al estado religioso del mundo.  La trascendencia divina se ha derrumbado.  Pero Dios no ha muerto; está incorporado en el destino del hombre.  La transición del planeta hombre, siguiendo su orbita absolutamente solitaria en la casa de la desesperación, es el ethos que determina Nietzsche.  Este hombre es el superhombre, el primero  que comienza a cumplir, reconociéndola, la religión capitalista.  Su cuarto rasgo es que su Dios debe permanecer oculto;  sólo en el cenit de su culpabilización puede ser apelado. El culto se celebra ante una divinidad inmadura; toda representación, todo pensamiento consagrado a ella lesiona el secreto de su madurez.
La teoría freudiana pertenece también a la dominación sacerdotal de este culto; está pensada de forma completamente capitalista.  Según una analogía muy profunda que está aún por aclarar, lo reprimido, la representación culpable, es el capital que produce los intereses del infierno del inconsciente.
El tipo del pensamiento religioso capitalista se encuentra extraordinariamente expresado en la filosofía de Nietzsche.  La idea del superhombre desplaza el “salto” apocalíptico, no sobre la conversión, la expiación, la purificación y la contrición, sino sobre una intensificación [Steigerung] aparentemente continua, pero en el último momento, a saltos, intermitente, discontinua.  Por esto, la intensificación y el desarrollo, en el sentido de non facit saltum,2 son inconciliables.  El superhombre es el hombre histórico que ha llegado sin conversión, que ha crecido atravesando el cielo.  Nietzsche prejuzgó esta explosión del cielo provocada por el acrecentamiento de lo humano que es y permanece (incluso para Nietzsche) culpabilidad.  Y de forma semejante en Marx, el capitalismo inconverso devendrá socialismo por el interés simple y el interés compuesto que son función de la culpa/deuda [Schuld] (ver la ambigüedad demoníaca de este concepto).
El capitalismo es una religión puramente cultual, sin dogma.
El capitalismo se desarrolló en Occidente como un parásito en el cristianismo –como debe mostrarse no sólo respecto del calvinismo sino también de otras corrientes ortodoxas del cristianismo– de tal manera que, al final, la historia del cristianismo es esencialmente la historia de su parásito, el capitalismo.
Comparación entre las imágenes de los santos de diferentes religiones y los billetes de banco de diferentes Estados.  El espíritu que habla en la ornamentación de los billetes.
Capitalismo y derecho. Carácter pagano del derecho  Sorel Refléxions sur la violence, p. 262.3
Vencer el capitalismo a través del mercado móvil  Unger Politik und Metaphysik, p. 44.4
Fuchs, Struktur der kapitalistischen Gesellschaft o titulo vecino.5
Max Weber, Ges. Aufsätze zur Religionssoziologie, 2 Bd. 1919/20.6
Ernst Troeltsch, Die Soziallehren der chr. Kirchen und Gruppen (Ges. W. I 1912).7
Ver sobre todo la bibliografía de Schönberg, II.
Landauer, Aufruf  zum Sozialismus, p. 144.
Las preocupaciones: una enfermedad del espíritu propia de la época capitalista. Sin salida espiritual (no material) en la pobreza, monacato de la vagancia y la mendicidad.  Un estado de sin salida semejante es culpabilizante. Las “preocupaciones” son el índice de esta conciencia culpable de la sin salida. Las “preocupaciones” nacen por el miedo de que no haya salida, no material e individual, sino comunitaria.
El cristianismo en la época de la reforma no favoreció la llegada del capitalismo: se transformó en capitalismo.
Habría que investigar metódicamente los lazos que desde siempre el dinero ha establecido con el mito a lo largo de la historia hasta que haya extraído para sí del cristianismo suficientes elementos míticos para establecer su propio mito.
El precio de la sangre /Thesaurus de las buenas obras / El salario que se le debe al sacerdote / Pluto como dios de la riqueza.
Adam Müller, Reden über die Beredsamkeit 1816 p. 56 ss.8
Relación entre el dogma de la naturaleza resolutoria del saber, propiedad para nosotros que lo hace a la vez redentor y  verdugo, y el capitalismo: el balance como saber redentor y liquidador.
Se reconoce fácilmente una religión en el capitalismo si se recuerda que el paganismo originario concebía, en principio, la religión no como un interés “superior”, “moral”, sino como el interés más inmediatamente práctico; en otras palabras, el paganismo no tenía mas conciencia que el capitalismo de su naturaleza “ideal”, “trascendente”, y la comunidad pagana consideraba a los miembros irreligiosos o heterodoxos como incapaces, exactamente como la burguesía de hoy considera a sus miembros improductivos.


Translated by Omar Rosas, ©2008
Department of Philosophy
University of Twente
The Netherlands
 HYPERLINK "mailto:O.V.Rosas@gw.utwente.nl" O.V.Rosas@gw.utwente.nl



NOTAS

1  N. del T. En francés en el texto original.
2 Cf. Leibniz, Nouveaux Essais sur l’entendement humain, Die philosophischen Schriften von G. W. Leibniz, Georg Olms Verlag, 1978, Bd. V, S. 49.
3 Cf. Georges Sorel, Réflexions sur la violence, éd. Michel Prat, Paris, Le Seuil, 1990, p. 262.
4 Cf. Erich Unger, Politik und Metaphysik (Die Theorie. Versuche zur philosophischer Politik), Berlin, 1921.
5 Cf. Bruno Archibald Fuchs, Der Geist der bürgerlich-kapitalistische Gesellschaft.  Eine Untersuchung über seine Grundlage und Voraussetzungen, Berlin/München, 1914.
6  Cf. Max Weber, Gesammelte Aufsätze zur Religionssoziologie, 2 Bde., Tübingen, 1920.
7 Cf. Ernst Troeltsch, Die Soziallehren der christlichen Kirchen und Gruppen, Gesammelte Schriften, Bd. I, Tübingen, 1911.
8 Cf. Adam Müller, Zwölf Reden über die Beredsamkeit und deren Verfall in Deutschland, gehalten zu Wien im Frühlinge 1812, Leipzig, 1816.
9 N. del T. Quizás sea preciso leer en el texto original alemán untüchtig (incapaz) en lugar de untrüglich (infalible) tal como lo han realizado los editores Tiedemann y Schweppenhäuser.  En ninguna de las notas referidas a las paginas 100-103 (Anmerkungen zu Seite 100-103) del volumen 6 de los Gesammelte Schriften de Benjamin se encuentran alusiones a esta dificultad de lectura.  Sin embargo, resulta más apropiado, de acuerdo con el contexto, considerar la lectura de untüchtig como la más pertinente en este caso.




Entrevista con Juan José Saer



"La lectura nos da una imagen del mundo"

El escritor afirma que leer es un ejercicio de concentración, de reflexión y de conexión con el universo

Dice que escribe "para ser amado de un modo específico" Y que intenta ser un artista por "vocación y por destino"
Al aterrizar en Buenos Aires, bajo una niebla espesa y un cielo gris, Juan José Saer tuvo la impresión de estar en una ciudad "fantasmal y medio vacía de gente". Superado el mal trago del vuelo desde París, su ánimo era el mejor porque, como dijo: "Siempre que llego me siento eufórico". .Sencillo y cordial, de memoria y humor notables, se muestra tan a gusto que hasta recita un poema de Jorge Luis Borges. Se percibe que perdura en él el afecto por los suyos y por su tierra santafecina. Puesto a hablar sobre la incidencia de la lectura en la literatura, el autor de "El limonero real" (Seix Barral), que acaba de reeditarse en la Argentina, dijo: "Prefiero la lectura a la escritura, porque leer es siempre un gran placer y, al mismo tiempo, un ejercicio de concentración, de reflexión y de conexión con el mundo".
Mientras recordaba su arribo a París en 1968, el año del mítico "mayo francés", Saer contó con humor: "Llegué tarde. Me enteré acá por televisión. Ya me perdí varias revoluciones". Y dijo tener la impresión de que están volviendo las vanguardias, como las que alumbró la cultura del 68. .-
En "El arte de narrar", dice usted que no importa cómo se llame la ciudad donde se esté, porque siempre se está en la tierra natal. ¿Así lo siente? .
-Eso tiene dos explicaciones. Por un lado, uno lleva los signos de su origen adonde va y está modelado por los primeros años de su existencia, por la lengua materna, por las primeras impresiones. Pero hay otra explicación contraria. Yo creo en la unidad total de la especie humana. Nuestros límites perceptivos, intelectivos, todo lo que podemos juzgar y ver es siempre a partir de nuestra percepción, de la que no podemos escapar. El universo es como la casa natal. El lugar de todo hombre es el universo. El hombre vive, al mismo tiempo, en su barrio y en el universo. Por otra parte, la patria es la infancia. La pertenencia a valores abstractos puede cambiar. La infancia, la lengua y las primeras impresiones totalmente intransferibles sirven de medida del mundo. Me siento más que nada argentino y no tengo otra pertenencia.
.-En tren de hablar de la lengua literaria, ¿escribe usted en español o en francés?
.-Escribo siempre en castellano y a mano. Ese español tiene que tener la huella de la lengua hablada del litoral argentino, porque es mi lengua natal y no es el español genérico. Sólo he escrito en francés dos o tres pequeños textos literarios para entretenerme. Cuando hablo en francés, en una conferencia, improviso, es decir, no tomo notas. Me ha pasado con varios de mis ensayos que fueron conferencias improvisadas en francés y luego traducidos al español.
.-¿Es usted escritor vocacional o por destino?
.-Prefiero el término vocación, porque la palabra destino requeriría una explicación filosófica. El destino es puro objeto de azar la mayor parte del tiempo. Quizá podríamos combinar ambos términos en forma crítica. Uno intenta al mismo tiempo ser artista por vocación y por destino. Por voluntad consciente y racional de ejercer ese oficio, y por un conjunto de razones desconocidas que nos empujan a escribir sin saber por qué. Yo no sé por qué escribo. Barthes comenzaba un magnífico texto con esta frase: "Se escribe para ser amado". Con el tiempo me di cuenta de que esa frase no es cierta, porque todo lo que hacemos es para ser amados. Cuando escribimos, lo hacemos para ser amados de un modo específico. Lo misterioso es que sea a través de la escritura. Ser amados por lo que escribimos es una singularidad misteriosa.
.-En "La narración-objeto" usted critica las industrias culturales. ¿Cómo han modificado éstas los propósitos y las manifestaciones de la cultura? .-No está ni bien ni mal que una obra literaria o pictórica se transforme en un valor de cambio. La fatalidad de un objeto bello y único es que quien tenga los medios pueda poseerlo. Pero el problema está cuando el proceso se invierte. Es cuando el galerista le dice al pintor que haga 30 cuadros porque van a llegar cuatro o cinco coleccionistas norteamericanos. En EE.UU., por menos de 600 páginas, un editor no publica un libro. Porque ya ha calculado el tiempo que le lleva a una ama de casa leer un número determinado de páginas por día y a cuánto deben venderlo. Sólo al final se preocupan por lo que le pone adentro.
.-¿Cómo incide la lectura en la escritura?
.-Para mí, la lectura es un gran placer. La prefiero a la escritura, porque yo no escribo en forma placentera, me cuesta mucho y lo hago en forma muy laboriosa. Ahora estoy escribiendo una novela para dentro de dos años. Al mismo tiempo, la lectura es una especie de puente, una pasarela a través de la cual es necesario transcurrir para poder tener una imagen del mundo. En nuestra época es imposible tener una visión aproximativa del mundo sin la lectura. Por eso es tan importante que los chicos sean alfabetizados y lean.
.-¿Por qué unos autores y no otros se convierten en referentes en el universo de los lectores?
.-Hay afinidades selectivas y misteriosas. Hay escritores que marcan generaciones. Borges y Arlt (Roberto) marcaron a la generación del 60. Antes de los 60 se estaba con Borges o con Arlt. A partir de nuestra generación se entendió que un escritor no es el más culto o el que escribe con menos errores, sino el que tiene un mundo personal y coherente, que expresa su totalidad en cada texto. Eso define a un escritor como tal. La intensidad de ese mundo le da un valor universal. .

Juan Marsé

                 

                             
Ayudante de laboratorio

Cierro los ojos. Intento rescatar, entre la vorágine de 66 veranos vividos, el peor verano de mi vida. Casi no conservo recuerdos de los cuatro o cinco primeros, lamentablemente. Pero estoy totalmente seguro de que mi peor verano no se cuenta entre ellos. Cierro los ojos para ver si entre ese cegador laberinto de veranos distingo el más penoso, el que se torció, y para mi sorpresa, la primera pulsión de aquel negrísimo estío me llega a través de los sentidos. De repente, me invade una ola de calor sofocante y pegajoso, un calor más próximo y real que cualquiera de los recuerdos que arrastra el sofoco reconocido. Sin ninguna duda estoy en París, en julio de 1961. Vivo en un hotelucho de pomposo nombre, en el 19 de la Rue du Pont-Neuf, Hotel Duc de Bourgogne, enfrente de Les Halles, el vientre de París hoy convertido en delirante galimatías comercial.
Todos los días cruzo el legendario puente y almuerzo en algún restaurante barato del barrio latino o en el self-service del Foyer des Etudiants, o simplemente me compro un cucurucho de patatas fritas. El verano en París está resultando una pesadilla a ambos lados del Sena, pero estoy dispuesto a aguantar como sea en espera de un golpe de suerte. Malvivo con algunos francos que me gano dando clases de español a la bellísima Teresa Casadesus, hija del pianista Robert Casadesus (ella me inspirará el título de la novela que ya tengo en mente, Últimas tardes con Teresa) y también al poeta Pierre Emmanuel, que gentilmente se deja enseñar para echarme una mano: Emmanuel habla español casi a la perfección. El poeta preside el llamado Congrès pour la Liberté de lal Culture en el 104 del Boulevard Hausmann, organismo que, por recomendación de Josep Mª Castellet y Carlos Barral, me otorgó una bolsa de viaje de 1.000 nuevos francos para visitar París. Pero la bolsa se vació enseguida. Ahora busco un trabajo con horario regular que me deje tiempo libre para escribir. Busco y busco, pero no encuentro. Frecuento la Librería Española de Soriano, en Rue de la Seine, donde a menudo contertulian Tuñón de Lara, Juan Goytisolo, los pintores Díaz y Ortega, Corrales Egea, Manolo Ballesteros, mi amigo Antonio Pérez, etc.

Algunas noches ceno en casa de Monique Lange y Juan Goytisolo, pero más frecuentemente me dejo caer por casa de María y Alejo Lluhansí, un joven y animoso matrimonio de Girona, casi siempre en compañía de Antonio Pérez y Enric Marqués, el pintor, también de Girona. Rue des Canettes 16, entre Saint Germain des Près y la Place Saint Sulpice. Formidable su ayuda, y su compañía, pero el tiempo pasa y sigo sin encontrar trabajo. Me angustia la idea de verme obligado a rendirme y tener que regresar a Barcelona. Alejo o Antonio, no recuerdo cuál de los dos, me aconseja acercarme al Institut Pasteur, 25 Rue du Docteur Roux. Al parecer, allí siempre hay trabajo para desesperados como yo. En efecto, necesitan un garçon de laboratoire. Me recibe el jefe de pesonal y seguidamente me envía al mismísimo Jacques Monod, el eminente biólogo, para que me examine y apruebe mi ingreso, o no lo apruebe... Entro en su despacho de la planta baja del Institut con el alma en vilo. Monod, que dirige el departamento de Biochimie Celulaire, es futuro premio Nobel y autor de un libro, "El azar y la necesidad", que años después la casualidad querrá que en España lo publique mi propio editor, Carlos Barral.
Secretamente esperanzado, confiando en que Jacques Monod -un hombre con un gran encanto personal, muy culto y de mirada inteligente, muy atractivo y seductor- me acepte sin exigir demasiados requisitos como garçon de laboratoire, una especie de chico de los recados en los laboratorios, me presto encantado a contestar a sus preguntas: ¿De dónde vengo? De Barcelona. ¿A qué me dedicaba en Barcelona? Fui operario de joyería, ahora soy, o mejor, quiero ser, escritor... He publicado mi primera novela en España hace muy poco (aquí, el ilustre biólogo empieza a mirarme con verdadera curiosidad, y yo diría que también con cierta admiración, o eso me parece) y Maurice Edgar Coindreau, el famoso introductor de William Faulkner y de John Dos Passos en Francia me la está traduciendo al francés y se publicará en chez Gallimard y bla bla bla. Tan asombrado e interesante se muestra Monod, que me digo: "Ya es mío. Soy el nuevo garçon de laboratoire". Sigue una larga entrevista que no hace más que aumentar mi confiánza y mi euforia: el puesto es mío. Monod, por su parte, no acaba de entender que un joven novelista que acaba de publicar su primer libro esté tan firmemente dispuesto a trabajar de garçon. Le explico que, bueno, yo no vivo precisamente de rentas, monsieur, aquí en París no tengo trabajo, ni dinero, y mi intención es quedarme a vivir un par de años en la ciudad y aprender bien el idioma, etc. Le hablo del famoso pianista Robert Casadesus y del poeta Pierre Emmanuel, del hispanista Jean Cassou y de su hija Isabel, todos ellos buenos amigos (su asombro va en aumento, también mi convicción de que el puesto ya es mío) que me han ayudado amablemente hasta hoy, le digo, pero ahora quiero ganarme la vida por mi cuenta. Monsieur Monod lo comprende, es más, le parece muy bien. Finalmente decide dar por terminada la entrevista y me anuncia que va a presentarme al personal de su departamento. En el pasillo nos cruzamos con el biólogo François Jacob, que andando el tiempo será también premio Nobel y director del Pasteur. Monod me introduce en lo que parece una cocina muy amplia y llena de vapor, donde unas 30 muchachas vestidas con uniforme blanco impoluto esterilizan toda clase de cachivaches de cristal, sobre todo probetas y tubos de ensayo y jeringuillas metidas en grandes cazuelas donde hierve el agua. Nada más entrar el gran jefe Monod, las mujeres suspenden en el acto sus labores y se alinean hombro con hombro al lado de las calderas. Monod, muy ceremonioso y circunspecto, con ese ritual tan exquisitamente francés, las saluda con una elegante inclinación de cabeza. "Va a presentarme, ya está hecho", me digo. Pero lo que sale de los labios de Monod no es exactamente lo que yo espero. Dice con su bella y parsimoniosa dicción: "Madame, je vous presente le candidat a garçon de laboratoire". ¡¿He oído bien?! ¡¿Ha dicho le candidat?! ¡El candidato! ¡De modo que después de todo, no soy más que un candidato! ¿0 no es más que otra cortesía verbal típicamente francesa, una, digamos, licencia poética? Me hundo en una depresión que me dura hasta el día que me llaman para informarme que, finalmente, el candidato catalán ha sido aceptado. Han sido siete días de pesadilla, pero al octavo ya estoy trabajando en el Pasteur con Jacques Monod y François Jacob; me levanto temprano y trabajo duro, pero antes de las cinco de la tarde ya estoy libre y de vuelta al barrio latino. Me pagan 640 nuevos francos con 17 céntimos al mes, y tengo tiempo libre para leer y escribir el primer esbozo de lo que será Últimas tardes con Teresa. Es septiembre y ya no siento calor. Creo que ha terminado el peor verano de mi vida.

viernes, 16 de diciembre de 2011

Marita Ragozza De Mandrini



el elefantito rosa



Hoy es sábado y Teresa termina las tareas domésticas, limpia los enseres y los guarda en su lugar, se quita el uniforme, se pone el jean (¡menos mal que se usan gastados!), y la campera polar con sus cientos de cambios en cuello y puños.
Sale caminando las cuarenta cuadras que le quedan de la casa de familia en que está empleada a su cuarto de pensión. Se acuesta vestida (¡hace frío ¡), cansada de cuerpo y ánimo.
Se queda mirando fijo el elefantito de cerámica color rosa que tiene sobre un estante, manteniendo con él una muda conversación, porque siente que se entienden en ese fatalismo de “ estar en el mundo”, o como se llame esta situación, en la que ambos viven con un peso, una carga . . . 
¿Quién hablo de la levedad del ser. . . o de existir?

En su soledad Teresa siente que sus destinos son parecidos. El elefantito, de un barro frío y sin forma, un alfarero le dió vida para ser arte o belleza, y ahora está confinado en una pobre habitación, con el único valor agregado de ella que lo aprecia según la medida de su desamparo.
Objeto material con esencia de “cosa“. ¡Qué sé yo  si tiene alma- se dice Teresa a sí misma -  o si es mi  imaginación y tan sólo se trata de una pieza más de una serie pre-establecida!

Ella busca su lugar soñado, está sola y no sacia sus diferentes clases de hambres. Es como un Sísifo urbano que reanuda todas las mañanas el esfuerzo de rodar la piedra de la vida cuesta arriba en la montaña de esa ciudad a la cual ha llegado.

La infancia de Teresa había sido silenciosa y bastante triste en un pueblo chico de una provincia del Norte Argentino, dentro de una familia pobre de once hermanos. La radio y las revistas le mostraron otros ambientes, otros mundos y,  sobre todo que eran posibles.
Así fue que se forjó la meta  dorada de salir de su casa y viajar a Buenos Aires. Un día, habiendo logrado reunir cierta cantidad de dinero, con la vieja maleta de la abuela que la despidió llorando, además de una carta de recomendación de unos ganaderos del lugar, tomó el tren, y luego de varios trasbordos llegó.

Ya hace  tres años y su vida sigue igual: limpiar la suciedad de otros, reflejarse en brillos ajenos, y volver sola y cansada a su opaco cuarto de pensión. Mira al elefantito, el único que siempre la ha acompañado, y en la concepción  animista que aprendió en su infancia, está segura que en su silencio ha encontrado más comprensión que en cualquier otro ser humano.
Muy en el fondo, Teresa reconoce que Gabriel, el hijo de su empleadora, ha constituido  un factor fundamental en su estancamiento. Pero se siente  atada, no se decide, como “engualichada “, dirían los de su pueblo.
Su pelo, su olor fino, sus manos delicadas, su porte, su caminar, el único  que le preguntó:
- Teresa ¿nadie te dijo que tienes las pupilas del color de la miel?

Se queda dormida despertándose helada en la madrugada. No se acuerda que es domingo, el peor de los días. Toma una taza de leche con pan calentado al horno, se vuelve a dormir, se da una ducha rápida y bastante tibia, y a la tarde sale a caminar.
Martín, el quiosquero del barrio, por unas monedas, le vende números atrasados de revistas.
Con ellas y varios mates amargos, se arropa y se acuesta otra vez. Son las 12.30 pm y se despierta. Ya ha dormido cuatro horas. Cuando se habitúa  a la penumbra mira al elefantito y entabla ese diálogo sin palabras:
“Gabriel vendrá, no vendrá, vendrá, no vendrá. . . “

Es parecido a contar ovejas para llamar al sueño, aunque sabe que noche de domingo es más difícil, pero, sin embargo. . . sí, escucha pasos, increíble , pero no está soñando, oye los movimientos habituales que tiene para entrar y, entonces , impulsivamente se levanta, se viste y como iluminada mira al elefantito y pacta complicidad con él.

Llega Gabriel. Teresa lo abraza más fuerte que nunca, intercambian una taza de té, y mediando pocas y espaciosas palabras, Gabriel se acuesta en la cama.
Teresa antes de acurrucarse a su lado, rápidamente  abre todas las llaves de gas de la desvencijada cocina que tiene en su cuarto y se asegura que estén  bien cerradas la puerta, ventana y persiana.

¡Noche de domingo, noche impredecible, noche de amor, noche de compañía para siempre!
Antes de sumirse ambos en la inconsciencia no retornable, Teresa mira por última vez al elefantito rosa.

Marita Ragozza De Mandrini

Arturo Trinelli


                                          VIDA DE PERROS

     

Un portón ciego y un muro impedían que la casa se viera desde afuera, pulsé el timbre y esperé hasta que, una empleada con uniforme, abrió la puerta incorporada en el portón. Entonces la vi., al fondo de un parque la mansión abarcaba el horizonte.
     Caminé detrás de la fámula hacia el encuentro del hombre que aguardaba de pie al reparo de una galería. A su lado, sentados inmóviles, los dos doberman que debería cuidar por espacio de diez días.
     Cuando Molissé me habló de un trabajo pensé que se trataría de algo relacionado con la escritura. No le costó convencerme, la necesidad por un lado y la paga por otro resignaron toda resistencia.
     Allí estaba estrechando la diestra de mi empleador.
-Joaquín Arbeniz.
-Enrique Lotriski.
-Éstos son los chicos, Sumit, señaló uno de los perros,-y Jezo. Los perros se incorporaron y al instante no supe cuál era cada uno.
     Tomamos asiento en unos sillones de ratán. Los perros hicieron lo propio sobre sus culos. Intenté reconocerlos y fijé la vista en uno  que me sostuvo la mirada y alzó los belfos que desnudaron unos colmillos blancos, recordé a Jack London.
     El hombre lo reprendió y dijo algo así como ¡qué Sumit este!
     Enseguida me contó que los animales eran hermanos y comenzó con una retahíla de prevenciones y recomendaciones rematadas con la sugerencia de que los acariciara.
     Jezo se mostró amistoso, Sumit no dejó de gruñir cuando mi mano corría riesgo de ser amputada en tanto rascaba la cabeza de la bestia.
-Muy bien Enrique, lo principal es que se gane la confianza de a poco. Sumit es bueno aunque algo irascible.
     La empleada se hizo presente y Joaquín detalló una lista de convites, elegí café.
     La idea era que asistiera por las tardes para que los perros se familiarizaran conmigo y yo con ellos. Luego el hombre se ausentaría y yo me quedaría a vivir en la casa para cuidar de los hermanos. Fue en esos días que mediaron en que fui instruido de horarios, hábitos, comidas, juegos, nada difícil de cumplir. Hubo sí algunas extravagancias, por ejemplo, poner los perros frente a la computadora para que vean a su amo en el monitor todos los días a la misma hora en que él les hablaría y los podría ver. Otra rareza consistía en ponerle el despertador a Sumit a las siete de la mañana para que el perro entrara en la habitación y ladrara hasta que yo me despertara. El hombre usaba ese truco para levantarse y temía que el perro, si no lo practicaba, lo olvidara.
     Los perros disponían cada uno de un sillón en un cuarto de servicio donde dormían, andaban a su antojo por la planta baja de la casa y por el parque. Entraban y salían por una puerta trampa en la cocina. Solo les estaba vedado subir a la planta alta y a mí también. Tema este que no me mortificó ya que abajo había un mundo confortable, biblioteca, cocina, heladera de dos cuerpos (que supuse llena), una televisión gigante, computadora, sillones, una habitación con baño propio, la del dueño que yo ocuparía y el servicio doméstico.
     También había una mujer en la planta alta que me fue presentada el día antes de que el hombre emprendiera el viaje.
     Nos hallábamos sentados en el living. No sabía si la insistencia en que repasáramos los detalles se debía a que yo no le inspiraba confianza u obedecía nada más que a la obsesión de que el orden no se viera alterado.
     Los perros permitían que los tocara en todo momento y ya había descubierto la manera de neutralizar los rezongos de Sumit. Le hacía cariños y enseguida Jezo comenzaba a darle hocicazos o a intentar fijarle la cabeza entre sus mandíbulas o a ahogarlo mordiéndole la garganta.
     El señor Arbeniz los contemplaba arrobado cuando esto sucedía y pienso que lo tranquilizaba saber que yo les tenía paciencia.
     La mujer bajó las escaleras con paso firme pero sin dejar de deslizar una mano por el barandal. El pelo negro con algunos brotes de canas lucía como al descuido hasta los hombros. La espalda erguida mantenía expectantes unos pechos centrífugos. Fui presentado:-Araceli, mi esposa, dijo Joaquín.
     Ella, antes de extender la mano, saludó a los perros que la rodearon:-Hola chicos.
     Después me dedicó una mirada intensa pero opaca en sus ojos marrones. Conocí esa mirada, ese abandono, el andar desangelado de aquél que nada sabe ni le interesa pero es consciente de ello.
-Voy a fumar afuera, dijo luego.
     Apenas hubo dejado la casa el hombre dijo:-Mi esposa es una alcohólica en recuperación por eso le voy a pedir que por favor no consuma alcohol en lo que dure su estadía. Ah, y fumar puede hacerlo afuera.
     La noticia de la adicción de la mujer no me sorprendió, la había presentido acostumbrado como estaba en tratar con fantasmas. Lo lamentable era que la abstinencia me abarcaba y desde ese momento comencé a pensar en cómo violar la ley seca impuesta por este Elliot Ness redivivo.
     Una pregunta me sacó de mis cavilaciones: _ ¿Oyó hablar de Denis Yulov?
     Mentí:-No.
-Soy yo y Molissé es mi corrector, mintió él. Yo sabía que Molissé escribía sus libros de autoayuda.
     Yulov o Arbeniz siguió:-Parece que Molissé tiene intención de retirarse y me contó que usted también escribe y muy bien, a mi regreso hablaremos de ello.
     Un buen gesto de Molissé que lo redimía de la recomendación para cuida perros.
     Regresé al día siguiente con un bolso en donde, envueltas en mi ropa, viajaban botellas de Malbec y una de Jack Daniels para hablar con Sumit y Jezo por las noches.
     Asistí a la despedida de Joaquín Arbeniz y los perros. En realidad a la de él, los perros parecieron no darse cuenta. Cuando subió al auto que lo trasladaría al aeropuerto, el bueno de Jezo lo miraba sentado entre mis piernas y Sumit parado por delante y es que a veces un perro también mira con ese peso intransmisible del alma en los ojos pero, sin tiempo, inquietos y con la sabiduría instintiva que los caracteriza, buscaron mi afecto en la certeza de que solo el amor los puede contener.
     Esa primera noche les expliqué que eran libres de ser perros, nada de reglas estrictas, nada de despertador le dije a Sumit. Parecieron contentos con la novedad y se fueron a ladrar a la noche del jardín. Yo abrí un libro y la botella de whisky, me respaldé en la cama y comencé a leer.
-Ajá, me sobresaltó Araceli enmarcada en el vano de la puerta,-transgrediendo las reglas.
-Creo que para ello se hacen, respondí con fastidio.
     Se acercó y tomó el vaso de la mesa de noche y lo vació como en las películas del viejo Oeste.
-No siempre fue así, dijo y se estremeció cuando la bebida hizo tope en algún punto de su organismo, enseguida agregó:-La vida no siempre fue así.
-Todos fuimos mejores antes, sentencié con prejuicio.
-Es probable, concluyó y siguió,-traé la botella que tengo un caño paraguayo para fumar, vamos a la galería que la noche está linda.
     Salimos a la noche y los perros entusiastas nos rodearon:-Hola chicos ¿están contentos que se fue? Les preguntó en alusión al marido y ella misma se respondió:-Sí, están contentos y yo también.
     Después me advirtió que el porro era dinamita y que por las dudas, me convenía fumar sentado en el piso. Dócil como los doberman le hice caso. Ella corrió la silla hasta que el respaldo tocó la pared y yo, como un perro más, quedé a su lado en el suelo. No nos mirábamos, compartíamos el vaso y el cigarro gordo y contrahecho.
     Ella hablaba con la mirada puesta en la noche mal alumbrada del jardín.
-Antes fuimos una familia, hasta que murió nuestro hijo. Calada al cigarro que brillaba como un ascua y trago de whisky. El cigarro iba, el whisky venía, los perros también iban y venían y la vida parecía comenzar a tener un sentido.
-Entonces se produjo una brecha entre nosotros y cada uno la llenó como pudo, él, con el verso de la autoayuda y la vida sana. Yo con la indiferencia y ahora es el después que ya jamás podrá unirse al antes porque en el medio cada uno construyó lo suyo.
-¡Qué desgracia! Exclamé yo y no pude contener una risa cannábica.
-La culpa de estar vivos, dijo ella y se rió con la cabeza hacia atrás.
     Primero me apoyé en un codo, enseguida extendí el brazo y la cabeza, sin gobierno, buscó el reparo de algo mullido que apenas logré acertar y parte de ella golpeó en el piso. Dediqué mi último sentido al olor salvaje de la marihuana.
     Desperté en plena transición de la noche al día, descubrí que estaba tapado con una manta y que un almohadón contenía mi cabeza y parte del cuerpo de Jezo que dormía con su espalda negra rozando mi cara. Sumit descansaba hecho un bollo a mis pies.
     Alcé la cabeza con precaución y Sumit me miró con su cara de perro. Me senté y los dos se pararon y practicaron sus desperezos. Luego Jezo aprovechó para lamerme la cara. El mareo era tenue pero supe que no podía confiarme. Esperé antes de ponerme de pie. Abandoné la galería con las palmas de la mano contra la pared como asidas a una baranda invisible. Los perros fueron a piyar a un ligustro y los imité recomendándolos que se alejaran por su empeño en olfatear. Después entramos en la casa y les dije:-Vieron qué mierda es la libertad.
     No dijeron nada y entraron en su habitación.

     Transcurrieron unos días en que Araceli no me dirigió la palabra. En la mañana bajaba a deambular por el jardín y desaparecía en el resto del día. Una de esas mañanas coincidimos en el parque. Yo jugaba con los perros a la pelota, lo clásico, tirarla y que la trajeran, hasta en ello eran distintos los hermanos. Cuando Jezo la capturaba la traía y la abandonaba a mis pies. En vez Sumit no la soltaba y costaba sacársela de entre las fauces.
     El jardinero en su día de visita adornaba los canteros con distintas flores y Araceli parecía interesarse en el trabajo. El hombre era un calvo fibroso y atlético a pesar de aparentar más de cincuenta. Observé que se retiraban juntos para los fondos en donde había un obrador que era una réplica en pequeño de la casa principal. No le di importancia y cuando los perros se cansaron entré en la casa y me puse a hablar con la cocinera.
     Era este mi trabajo de cuidador de perros un verdadero hallazgo. La pasaba bien, estaba cómodo, comía siempre sin ocuparme de nada. Salvo las monótonas conferencias por la computadora a la que los perros, no podía ser de otra manera, no prestaban atención y terminaba yo, humano al fin, dando los detalles de las idénticas actividades que habían desarrollado desde la anterior conferencia ¿Qué más podían hacer que no fueran cosas de perros? Luego y para terminar debía tomarlos del pescuezo para enfrentar sus cabezas a la cámara y que Arbeniz pudiera despedirse.
     La cocinera era una señora sin forma alguna, un amasijo de carnes donde cuello, tetas y barriga era una sola cosa. En las manos, la piel lucía un color distinto, manos ajadas de trabajadora. Todos los mediodías, después de subirle la comida a Araceli, me servía a mi y comíamos juntos.
     Ese día se animó y dijo en un tono quedo:-Antes esto era distinto.
-Antes de qué, pregunté con fingida indiferencia.
-Antes de que falleciera Julito.
-¿Quién?
-El hijo de los señores.
-Qué le pasó.
-Nunca se supo bien, creo que el señor consiguió con sus contactos que pasara por un suicidio pero yo no lo creo, discutían mucho…
     Hizo silencio y sorbió un trago de soda. Yo no quise indagar en la presunción de escuchar una teoría sin asidero. Lo concreto era el dolor, un dolor que no podía extinguirse a pesar de que quisieran ignorarlo.
     Después hablamos de la comida para la noche y la del otro día en que ella no vendría por ser su día franco y en el tema comidas la mujer era creíble.
     Tampoco asistiría la mucama, sobrina de la cocinera, por lo que el día se presentaría propicio para reponer vinos y eliminar de mi bolso las botellas vacías.
     Esa noche reapareció Araceli. Estaba sentado en el umbral de la galería y me sobresalté cuando habló detrás de mí:-Acá estabas, te busqué en la habitación.
-Devolveme el whisky que no tengo nada para tomar.
     Dejó atrás una estela de risas y se paró delante de mí. La luz débil del jardín iluminó su espalda y de su cara a oscuras escuché:-Vení que te voy a mostrar algo.
     Giró y cuando estuvo de perfil la luz denunció que no llevaba puesto corpiño. La seguí a ella y los perros a mí. Fuimos hasta el galpón del fondo. Entramos, encendió la luz, apartó unas herramientas y un tesoro de botellas con elixires de variados colores aparecieron ante mi vista.
-¿Qué querés tomar?
     Me aferré a una botella de Lagavulin y ella sacó una de vodka y preguntó:-¿Te llama la atención?
     Quizá me la llamaba pero no me importaba ya que un buen humor invadía mis neuronas fusiformes.
-Corrompí al jardinero, empezó a decir,-todas las semanas le doy el dinero para que renueve el stock y se lleve las botellas vacías. Cuando me muestra la mercadería, lo franeleo un poco, lo masturbo o le hago una fellatio y así cada semana.
     Yo la miraba de manera neutra con mi botella de whisky en la mano. Ella tuvo la necesidad de justificarse:-Al principio le daba una propina pero luego prefirió que le pagara en especies y eso es más barato, concluyó con sarcasmo.
     Volvimos a la casa y tomamos asiento en la galería.
-Traete unos vasos y unos hielos, ordenó como si yo fuera su mulo pero no lo tomé a mal, fui y vine con el mandado. Comenzamos a beber.
-Podemos estar así más de un día, reflexionó para sí y siguió:-bebiendo en silencio pero juntos. Enseguida preguntó:-¿Querés una pepa? Me las da el psiquiatra, y se paró para introducir la mano en uno de los bolsillos del pantalón ajustado.
     No acepté y dije:-Gracias, no quiero pasar otra noche a la intemperie.
     Los dos nos reímos.
-¿Quién sos Enrique?
-Creo que nadie, salvo alguna ilusión ¿y vos?
-Yo no soy, fui, ahora soy el fantasma de la planta alta.
-Un fantasma bueno o malo.
-Malísimo, dijo y cuando comencé a decir algo me llamó a silencio.
-Vamos a hacer correr los perros, dijo y tomó la pelota,-ponete allá en el farol, ordenó.
     Los perros captaron enseguida lo que iba a suceder y se aprontaron en medio de los dos. El juego se tornó aburrido porque ella no atinaba con la pelota, ni a tomarla cuando la recibía, ni a pasarla con puntería. Le pedí que se acercara y vino hasta mi, tiró la pelota a un costado y me besó con pasión sobreactuada. Una pasión cruel.
     Después dijo:-Vamos a la cama y me tiró de un brazo.
     Los perros renegaban entre sí por la pelota hasta que advirtieron que ella, ahora a mi espalda, intentaba empujarme. Los animales se acercaron y comenzaron a tirarnos tarascones. Ella me abrazó y los incitaba para que salten hasta que debí retarlos y la aparté con rudeza. Clavó sus ojos sin brillo en los míos y triste preguntó:-¿No me querés coger?

     Me desperté y allí estaba de nuevo el mundo. No estaba solo. A mi lado Araceli desnuda aún no regresaba. Tardé en ubicarme si estaba despierto o en un sueño. Intenté incorporarme y supe que no podría hacerlo. Volví a mi posición. Si me levantaba sería inevitable un vómito. La habitación desconocida se empeñaba en girar y debí aferrar una de mis manos al larguero de la cama. Cerré los ojos, todo se desvanecía sin dejar de girar. Con un atisbo de conciencia recordé que debía comparecer en la computadora con los hermanos doberman y no tenía noción de la hora. Abrí los ojos, busqué un reloj, faltaban quince minutos para la conferencia.
     Cuando hallé mi ropa me vi en la panza una leyenda escrita con marcador, con centro en mi ombligo una flor desplegaba las palabras te amo. Tuve ánimo para sonreír pero deduje que ella me había vencido ya que no recordaba cuándo me había pintado. La preocupación me llevó a zamarrearla para confirmar si estaba viva. No se despertó aunque respiraba y yo no tenía tiempo. Bajé las escaleras apurado pero con precaución de no rodar. Los perros me esperaban abajo. Encendí la máquina en el preciso momento en que Joaquín Arbeniz hizo lo de siempre, hablarles a los perros en ese tono estúpido con que algunos adultos se dirigen a los niños. También como siempre los perros se aburrieron y se fueron. Yo intentaba simular entereza.
     El hombre me preguntó por su esposa y le respondí que el día anterior, por la mañana, la había visto en el jardín, omití decirle que quizá ahora estaba muerta o en un coma alcohólico.
-Por favor Enrique, si la ve le dice que vuelvo mañana, adelanté el viaje porque aquí ya no tengo qué hacer. Usted no se preocupe que le voy a reconocer la paga completa.
     No me preocupaba pero los ricos sí lo hacen.
     En referencia a la mujer siguió:-Le he enviado mensajes de texto y no me los respondió, no es que sea importante ya que su conducta es errática pero quería avisarle que a la tarde estaré por allí. Ahora póngame a los perros que me quiero despedir.
     Los llamé y de a uno los puse en cámara.
     Cuando cortó la comunicación subí de nuevo al cuarto de Araceli. Seguía en la misma posición. Abrí las ventanas y me senté a su lado. Respiraba como en un sueño profundo. La contemplé desnuda, sentí ternura de saberla tan indefensa y me pregunté si en realidad habíamos tenido sexo. Le corrí el cabello de la cara, le di un beso en la mejilla y le hablé al oído:-Araceli ¿estás bien? Varias veces repetí la pregunta hasta que con vehemencia respondió:-¡Andate! ¡dejame en paz!
     Estaba bien. Cuando me iba observé un retrato en una repisa. Me acerqué, un joven sonreía en una foto posada. A un lado del retrato una flor agonizaba y al otro, una urna de madera con una placa de bronce “Julio Eduardo Arbeniz” “1976-1997”

     Los perros me acompañaron hasta el portón de salida. Conservaban su perenne buen humor perruno. Antes de abrir la puerta me acuclillé en el pasto y se me vinieron encima, perdí el equilibrio y caí de costado. Jezo aprovechó para lamerme la cara y hacerme un cariño que estilaba, un mordisquito en la oreja similar al que usaba para rascarse. En tanto Sumit me daba hocicazos en la espalda. Los abracé y les dije que algún día volvería a visitarlos. Cuando me incorporé discutieron entre ellos. Alcé una mano para saludar a Arbeniz y observé en la ventana del cuarto de Araceli que la mujer me estaba mirando, volví a alzar la mano y solo el hombre reiteró el saludo.
     Fin, salí sin darme vuelta.  ■