lunes, 28 de mayo de 2012

INDICE 28 DE MAYO DE 2012


ARTESANÍAS  LITERARIAS
La revista editada en el exilio 
 Cuentos y poemas, textos literarios, ensayos, historia. 
Enviar mensajes y colaboraciones con un breve CV y una foto  a:  
º º º º º

CONSEJO de COLABORADORES de

ARTESANÍAS LITERARIAS
                               
                  
EDITOR: Andrés Aldao
           
SEC. DE REDACCIÓN: Ester Mann
                  
COLABORADORES:

Carlos Arturo Trinelli
                                                         
Amelia Arellano
                                                          
Celmiro Koryto
                                                          
Cristina Pailos

Marita Ragozza de Mandrini

Ernesto Ramírez

Ofelia Funes



ARTESANÍAS: La Era Del Blog


ARTESANÍAS: La Era Del Blog; desde 2003 en la liza

En los últimos años  la edición de materiales literarios se ha ido decantando: subsisten revistas literarias tradicionales en la red pero el fenómeno más destacado es la proliferación de blogs, bitácoras, publicaciones de todo tipo, libros, poemarios, opúsculos, novelas, antologías.
El sueño del lugar propio, como el de la casa propia, ha provocado un sismo, un terremoto: blogs literarios, poemarios, blogs de filosofía, economía, actualidad, gastronomía. Quien no tiene hoy su propio blog es un demodée. Lo lea la familia o cincuenta o cien colegas, significa la consecución de un sueño juvenil, tal vez el sueño del pibe o de la piba, escrito esto con la más cohesitiva intención.

Con la irrupción del blog se acabó la tiranía de los editores, no más dictadura editorial, las imprentas se han descotizado, ¡cómprese una PC, ponga internet con banda ancha y el mundo será suyo...¡ Qué va, amigos: lo que acabo de detallar es una pálida versión/visión de lo que ocurre en el mundo virtual... Y no sólo...

Artesanías nació en las postrimerías de las revistas caseras hechas sobre la base del word, gráfica de letras y tamaños, grabados y envíos por correo, sobre el cuerpo del coel o por adjunto utilizando las trabajosas listas conseguidas a pulmón ( o a pulmón de otros aficionados que mandaban los correos con listas abiertas al mejor postor). Recuerdo que a varios poetas y escritores amigos les enseñé a emplear en sus envíos el CCO para atesorar a sus lectores personales y evitar los hurtos alevosos.

Por lo mismo, y luego del maldito hacker que nos partió por el eje en el 12/2009, hemos sacado a flote una revista literaria distinta, tal vez más restringida, menos rimbombante.

Artesanías es un sitio donde publicamos a conocidos y desconocidos, a desplazados, a ignorados, a antiguos poetas y escritores silenciados por el olvido y el tiempo que pasa inexorable.

Tenemos el defecto de no congeniar con ególatras y autobombistas insoportables, pero el crecimiento y la aceptación de los lectores demuestran que la moneda corriente de la infatuidad es de hojalata, y reivindicar la literatura con letra mayúscula es una cualidad que renueva la ética publicista y la resalta.

Aquí hacemos una literatura que pretende abarcar todos los tiempos. Artesanías no es una revista personal, no es una publicación “para resaltar lo que escribe el editor”:  tenemos un equipo de cuentistas y poetas que nos surte de obras,  y amigas/amigos de la revista que nos estimulan enviando colaboraciones y mucho afecta. Buceamos en lugares literarios del pasado y rescatamos sobre todo a los marginados de las ediciones y las librerías...

Estimados lectores y amigos, desde la revista que nunca duerme, que pretende aunar la forma y el contenido, queremos compartir con los lectores literatura de la mejor, luchar contra nuestra soledad en un país lejano... Y, en plan de mejorar la página y extendernos, agradecemos a quienes están vinculados a Artesanías por el estímulo y la solidaridad. Artesanías pretende ser una revista distinta, original, calificada y popular al mismo tiempo... Y no ser asépticos, encerrados en la literatura por la literatura...

Andrés Aldao,  Ester Mann, y toda la buena gente que participa y nos acompaña en la estupenda aventura de editar ARTESANÍAS LITERARIAS, la revista que nunca duerme – 28/5/2012


Cine:'Un lugar donde quedarse' // CINE:: Amour




·                                 Dirección: Paolo Sorrentino
Intérpretes: Sean Penn, Frances McDormand, Judd Hirsch
Producción: Italia-Francia-Irlanda, 2011. 118 minutos.

Los viejos rockeros nunca mueren

Parece titubear en qué genero asentarse y aparece como una película inclasificable. Tras su envoltorio de singular road movie habitan el drama, la comedia, el musical y algunos atisbos de cine político. Cuatro años después de Il divo, mordaz y demoledor retrato del senador vitalicio Giulio Andreotti, Paolo Sorrentino parece cambiar de ámbito.
 El proyecto de Un lugar donde quedarse surgió como una especie de biopic de Robert Smith, líder del grupo The Cure. Resulta evidente en la gótica caracterización de Sean Penn, pero la película rememora la inolvidable música de Talking Heads, no en vano su antiguo líder, David Byrne, es el coautor de la banda sonora y también aparece en una secuencia musical filmada de modo deslumbrante.

Díscolo reconocido y al margen del Hollywood convencional, Penn ansiaba trabajar con Sorrentino desde que, en el 2008, el jurado de Cannes que él mismo presidía premió Il divo. Amante de los retos interpretativos y del inconformismo más audaz, el camaleónico actor cambia nuevamente de disfraz transformándose en Cheyenne. Un apático rockero cincuentón, de aspecto gore y anclado en un pasado que no ha logrado superar. Fue una estrella y ahora está ausente de todo, incluso de sí mismo. Vive en una aislada mansión de Irlanda, acompañado por su esposa (espléndida Frances McDormand), único ser que le conecta con la realidad.
 Lleva treinta años sin hablarse con su padre, prominente miembro de la comunidad judía, lo que permite a Sorrentino introducir el tema del holocausto. Es entonces cuando salta de Irlanda a Norteamérica, adoptando el formato de road movie que homenajea a Wim Wenders yParís, Texas, película idolatrada por Sorrentino. Para remarcarlo, aparece en escena su protagonista, el hoy casi octogenario Harry Dean Stanton.

Con altibajos y algunos apuntes inverosímiles, quien destaca es Sean Penn (recomendamos la versión original: su voz es impagable), que borda el personaje de viejo rockero con síndrome de Peter Pan.

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Emmanuelle Riva,  Michael Haneke Y Jean-Louis Trintignant  

AMOUR, DE MICHAEL HANEKE, GANO LA PALMA DE ORO EN LA 65ª EDICION DEL FESTIVAL
El abismo de la vejez y la muerte
El cineasta austríaco ya se había llevado el premio por su film anterior, La cinta blanca. El mexicano Carlos Reygadas fue elegido mejor director por Post tenebras lux, que había sido abucheado en la función de prensa.
 Por Luciano Monteagudo
Desde Cannes
Bajo una lluvia torrencial, que opacó el ritual de la alfombra roja pero que –como el encapotado día de su proyección, una semana atrás– pareció adecuarse a la gravedad de su tema, Amour, del austríaco Michael Haneke, protagonizada por dos leyendas del cine francés, como son Jean-Louis Trinti-gnant y Emmanuelle Riva, se llevó ayer la Palma de Oro de la edición del 65º aniversario del Festival de Cannes. Para Haneke es la segunda Palma, después de su triunfo apenas tres años atrás con su película inmediatamente anterior, la excepcional La cinta blanca (2009). Y este doblete viene a sumarse a los premios que ya había obtenido antes en Cannes –mejor director por Caché (2005) y Grand Prix du Jury por La profesora de piano (2001)–, con lo que Haneke se convierte en el director más galardonado por el festival en toda su historia.
“Es el más grande director de cine viviente”, ratificó desde el escenario del inmenso Grand Théâtre Lumière el también inmenso Trintignant, que volvió al cine después de una década de ausencia por el solo hecho de haber sido convocado por Haneke. De hecho, cuando el presidente del jurado oficial, Nanni Moretti, anunció la Palma lo hizo –en un hecho inédito en el festival– mencionando no sólo al director austríaco sino también a sus dos actores protagónicos, sin quienes la película no hubiera sido posible. “Fue un trabajo apasionante, dos meses de rodaje y convivencia inolvidables”, ratificó Emmanuelle Riva, ante una larga ovación de toda la platea, que se puso de pie para aplaudir al cineasta y sus intérpretes. Estos también tienen una larga historia asociada a Cannes: Trintignant fue premiado como mejor actor por Z, de Costa Gavras, en 1969, mientras que Riva fue la legendaria protagonista de Hiroshima mon amour, presentada en el festival de 1959.
Suerte de réquiem sobre un matrimonio de profesores de música que debe enfrentar la realidad de la enfermedad y la muerte cercana, Amour aborda su tema, de por sí doloroso, con el rigor y la sequedad habituales en Haneke, sin conceder nada al sentimentalismo o la nostalgia. Después de un concierto de uno de sus antiguos alumnos en el Théâtre des Champs-Elysées de París, Anna sufre un accidente cerebrovascular y vuelve a su casa en silla de ruedas, con parte de su cuerpo paralizado. Y ese amor que George le profesa –y que se explicita en infinidad de detalles que hacen a la rutina cotidiana de la pareja– será puesto a prueba más que nunca en su vida. Anna le ha hecho prometer a George que no la volverá a hospitalizar y George, con sus propios males a cuestas, logra ir ocupándose de todo, convirtiendo el dormitorio en el santuario en el que guardará los últimos días de su mujer. Film valiente pero nunca cruel, a la manera de algunas de las películas anteriores del director (Moretti alguna vez había declarado haberse sentido “violado” con Funny Games), Amour se asoma al abismo de la vejez y la muerte con los ojos bien abiertos.
De vuelta a las estadísticas: Michael Haneke es el séptimo director en ganar dos veces la Palma de Oro, después de Francis Ford Co-ppola, del danés Bille August; del serbio Emir Kusturica, del japonés Shohei Imamura, y de los hermanos belgas Luc y Jean-Pierre Dardenne. Y es el segundo que lo hace por dos películas consecutivas, después de August, que ganó por Pelle el conquistador (1988) y Con las mejores intenciones (1992). Dicho esto, también hay que consignar que todos los directores de films galardonados en esta edición ya habían ganado algún premio antes en Cannes, lo cual no deja de ser inquietante, como si a la competencia oficial de Cannes le costara renovar su elenco de “abonados”.
El mexicano Carlos Reygadas (Cámara de Oro por Japón y Prix du Jury por Luz silenciosa) se llevó el premio al mejor director por Post tenebras lux. Fue la decisión más arriesgada del jurado, en la medida en que se trata de un film de una radicalidad absoluta, que dividió a la crítica acreditada en Cannes, al punto de que Reygadas dedicó el premio a los periodistas que abuchearon su película al final de su proyección en Cannes. Por cierto, fue un gran festival para México, que además se alzó con los premios principales de otras dos secciones: Después de Lucía, segundo largo de Michel Franco, ganó en Un Certain Regard; y Aquí y allá, coproducción entre México, España y Estados Unidos dirigida por el español Antonio Méndez Esparza y rodada en tierra azteca, se llevó el Grand Prix de la Semana de la Crítica.
El rumano Cristian Mungiu (Palma de Oro por 4 meses, 3 semanas, 2 días) se llevó ayer dos premios con su película Dupa dealuri (Detrás de las colinas), en la que denuncia las tinieblas de la religión: al mejor guión y a la mejor actriz, compartido por sus dos protagonistas, Cristina Flutur y Cosmina Stratan. A su vez, un veteranísimo en Cannes como el inglés Ken Loach (Palma de Oro por El viento que acaricia el prado), con su comedia social The Angel’s Share, se quedó con el Prix du Jury, que ya había ganado antes en dos oportunidades, con Agenda secreta y Como caídos del cielo. Y el italiano Matteo Garrone repitió el Grand Prix du Jury, que ya había ganado por Gomorra y que ahora volvió a conseguir por Reality, en la que afirma que la televisión, como espacio simbólico en el que se deposita la fe, ha venido a ocupar en su país el lugar que antes tenía la religión católica.
Los grandes perdedores de esta edición fueron los favoritos de la crítica, lo que profundiza aún más la brecha que siempre existió entre los dictámenes del jurado y la opinión de la prensa especializada. Holy Motors, del reaparecido Leos Carax, encabezaba todas las encuestas tanto de la crítica francesa como la de la internacional, pero se quedó con las manos vacías, al igual que Like Someone in Love, del iraní Abbas Kiarostami, e In Another Country, del coreano Hong Sang-soo.
La coincidencia entre jurados y críticos, en todo caso, se dio con el cine de Hollywood, que tuvo un lugar excesivo en la competencia, donde recogió muchos más cuestionamientos que elogios y donde también se quedó completamente afuera del palmarés. No parece una casualidad que en ediciones anteriores, cuando el presidente del jurado era estadounidense, haya ganado el cine de ese origen (el año pasado, sin ir más lejos, El árbol de la vida, de Terrence Malick, con Robert De Niro como cabeza del jury) mientras que ahora, con Nanni Moretti al frente, el cine europeo haya acaparado casi todos los premios.

Mercedes Sáenz


La voz silenciosa

Buscaba un lugar dónde colgar la pregunta, tal vez en esos oscuros de carnicería dónde los ganchos parecen cómo signos de interrogación, tan inocentes, tan duros, tan poco flexibles. ¿Por qué se escribe preguntaste? El mundo dejó de ser viejo cuándo la sociedad cambió esa pregunta al para qué. Cómo tantas idiomas existan, cómo tantos corazones, cómo tantas rebeldías, el por qué va ser siempre un adn propio e intransferible, imposible arrimarse a su verdadera razón.

Maravillosa escritura que permite bucear y entender, conocer un poco del alma nuestra, de los otros, de los inventados, de dejarlos en papel o en cd. Y tal vez alguna historia fantástica se convertirá en cierta. Creo que considero sagrado ese misterio porque en cuánto se sepa porque exactamente, pasa a ser la voz de la piedra, del papiro y de la historia. Esos por qué los agradezco en inmensidades pero tanto me hubiera gustado estar cerca del que lo escribía, ver si era por mandato, poniendo tal vez su mejor poesía o simplemente su mayor claridad. Con los siglos que vinieron, la modernidad, la facilidad de poder cambiar lo escrito, llevarlo a millones de ojos y a millones de dinero, escribir es sólo una manera de hablar, estática en un papel o en tecnología, descartable y modificable. El escrito puede habitar siglos pero quién lo hace permanente y eterno es el que escucha. El lector es quién se apodera de él, es su único dueño, su amante y su tirano.

Una forma eterna de escribir tal vez sean los mitos que cruzando los siglos todo el mundo pone algo de su autoría. Quién escribe un mito lo encierra, tal vez cómo una forma de guardarlo y de que no se pierda, pero entonces será repetido sin la música mejor que es la voz del hombre.
¿Por qué se lee preguntaste? Porque es la voz escrita. Avidez insaciable del alma humana, generalmente. Aunque el adios que te dije nunca preferí dejarlo por escrito.

Mercedes Sáenz

domingo, 27 de mayo de 2012


RAQUEL LA PELIRROJA


Raquel La Pelirroja  (2 / 12 /1923 – 25 / 5 / 2012)

El 25 de mayo murió mi hermana Raquel, La Pelirroja. Éramos tan solo dos hermanos, ahora descansa en la eternidad de las sombras y el silencio. Cumplió su ciclo y me dejó huérfano de mi familia primigenia. Nos queríamos sin manifestarnos; sin ostentaciones; la profundidad del cariño era un secreto callado y compartido… La recuerdo en el final de su niñez con ese cabello pelirrojo cobre, estudiando el 6º grado en la escuela de Luis Viale, con sus nueve cuadernos que eran una enciclopedia de textos, dibujos, cálculos, con su hermosa letra restallando en todas las prolijas páginas. Y así, con todo un enorme talento debió resignarse e ir a estudiar a la Pitman y desistirde estudiar en el secundario. Hija como yo de una familia modesta, trabajadora y proletaria, terminó la primaria en los días de la década infame donde resaltaban la falta de trabajo, la pobreza, la dura lucha por la sobrevivencia. Raquel La Pelirroja contribuyó a mantener la casa, ser parte de la familia proletaria y la víctima injusta de los prejuicios, las carencias y los dogmas.
Mi hermana era una muchacha hermosa, noble, con ansias de vivir en un mundo distinto. Devota del tango, tatareaba las melodías de moda, bailaba el tango y conoció a sus quince años a un muchacho del barrio de Caballito. Los prejuicios, malditos prejuicios que separan a judíos y gentiles quebraron el romance. Nunca hablé con ella sobre el tema, pero juraría que esa pérdida la estampó yb dolor por muchos años…
Recuerdo que siempre tuvo una actitud renovadora en la política. En mi primera detención el 2 de marzo de 1945 los hijos de puta de la sección especial del torturador Cipriano Lombilla se la llevaron. Salió luego de un par de días… Esa culpa la sobrelleco hasta hoy.
Evoco sus idas al cine cine Corrientes para disfrutar de las películas románticas con Charles Boyer, Clark Gable, Greta Garbo, Norma Shirer, etc. Y yo bufando por lo bajo… Y recuerdo esa experiencia inolvidable en febrero de 1936 cuando pasaría por Corriente la carroza con los restos de Gardel en medio de una multitud apenada, y mi hermana sosteniendo mi mano con firmeza…
Las lecturas de mi querida Pelirroja: le gustaba leer el diario, estar informada, leer libros, revistas, conocer la realidad del mundo siempre desde su modestia, la nobleza de sus principios, la honestidad de su persona.
Cuando murió nuestro padre me puso en el lugar de honor siguiendo la tradición paternalista que había en la casa a pesar de que nunca fue cultivada…
La vida nos llevó por caminos distintos; La Pelirroja no tuvo muchas oportunidades para ser abarcada por tiempos felices, sufrió en silencio humillaciones, ofensas, desconsideraciones e ingratitudes.
Ahora partió definitivamente. Resignada e incluso deseando dejar este mundo, un mundo que no le dio compensaciones, que la encerró en la soledad de la vejez y la enfermedad.
Hermanita Pelirroja, mi querida Raquel, mueren muchos famosos, se imprimen muchos obituarios injustificados, con panegíricos que son fuegos artificiales… Vos te has ido en silencio, resignada, y dudo que muchos de esos famosos llegaran a la altura de tu persona, hermanita Pelirroja.
Ya no podrás oírme… te quise porque eras una hermana fraterna, de una sola fibre... Descansá en paz, Raquelita, hermana Pelirroja.

tu hermano

Andrés Aldao



Dos capítulos de: Las aventuras y desventuras de Ale Aspis

1.-Los censores de la UdeEF


En realidad, uno no sabe qué pensar de
la gente. Si son idiotas en serio, o si se toman
a pecho la burda comedia que representan en todas
las horas de sus días y sus noches.
Arlt, Los Lanzallamas

Había terminado las correcciones esa mañana, abroché las hojas, metí el manuscrito en una bolsa de plástico y se lo llevé al Bermúdez ése. Me lo recomendó un periodista del semanario Visión Borgiana.
         Dejé la copia del libro sobre el escritorio y le pregunté cuándo tendría una respuesta
−Déjelo nomás, Aspis, y deme su número de teléfono− dijo.
−No tengo teléfono, Bermúdez, no utilizo ese aparato− respondí.
−Pero ché, usted se quedó en la vitrola: ¿cómo es que no usa teléfono?
−Me fastidia, suena a la hora de la siesta, a las tres de la madrugada, me pone de punta, me saca de quicio. ¡No quiero teléfono! Dígame, ¿lo vengo a ver dentro de una semana?
−Como quiera, Aspis, no sé si voy a tener tiempo de leerlo.
Me despedí del editor. Bajé en el ascensor (de la época de las invasiones inglesas) y seguí caminando por Tucumán hacia Maipú.

Había puesto mi nombre con letras grandecitas en la tapa: Alejandro Aspis. Aunque los amigos, mi ex mujer, los alumnos de la secundaria donde enseñaba castellano y todos mis conocidos me llaman Ale. Y en la mitad de la página el título: DoReMiFaSoLa — Ar pe gio (Arlt—Perón—Giovani Papini).
Antes solía escribir cuentos y relatos bastante ingeniosos. Llevé algunos a Página13, el diario de los progrezurdos, se los mostré al secretario de la sección Antena y Antena libros, quien les echó una mirada y se quedó con dos para leerlos... Al mes lo llamé por teléfono: No, le juro que no le recuerdo −me dijo−... ¿Los cuentos? Mire, perdóneme, no sé dónde los dejé. Ahí terminó la conversación. Y la validez del teléfono como medio de comunicación. Desde ese punto comenzó la bronca: contra el golfo pituco de Página13. Contra la literatura y sus regentes. Una bronca que se iba propagando en mi sistema nervioso como una peste virósica.
Los cuentos que había concebido los reuní en forma de libro y se los di al editor.  En el último año cambié de estilo y me consagré a escribir notas de historia, literatura y política... Puro sarcasmo, tirria.
Nadie las leía fuera de los amigos. Y mis alumnos, que debían soportarlas. Me comentaban que les causaba un enorme placer... No les creía a esos descomunales chupamedias.
Envié los escritos a una agencia de revistas y, oh sorpresa, en una de ellas me publicaron un par de notas dedicadas a mancillar la carrera de letras, a los profesores, al posmodernismo y a los académicos. Un famoso artículo de Arlt, en el que pregonaba la riqueza del idioma porteño y ridiculizaba el estilo finolis y elitista del gramático Monner Sanz (cuyos escritos ni la familia leía, o sólo la familia), despejaron mi mente. Luego continué con la tirada de Arlt contra los críticos literarios −tomé frases del prólogo a Los Lanzallamas− caricaturizando sus ínfulas de escritores porque −decía­− son incompetentes, torpes y frustrados.
Otro de mis dardos preferidos era contrastar las palabras con los hechos de toda la ristra de políticos contemporáneos, desde el inefable Alfonsín hasta el somnoliento y trasnochado De La Rua pasando por el saltimbanqui Menem… y la sombra del Viejo cubriendo a toda esa mersa con un manto de misericordia y chanza. A partir de las primeras colaboraciones la revista subió sus ventas y me exigieron nuevas notas. Cuanto más cáusticas mejor, Aspis, rogaban cada vez que iba a la Agencia.
Me causaba un enorme deleite martirizar a los mediocres, crucificar a los corruptos, descubrir las anemias de los grandes nombres, fueren políticos, historiadores o literatos.
Incluso comencé a recibir amenazas al estilo de las que emitían en su tiempo (y cumplían) los tenebrosos de la Triple A en 1974/75. Me mudé: me fui a la provincia... aire puro, un huertito modesto con radicheta y tomates, nada de aglomeraciones ni embotellamientos.
Largué el tubo, fuera los teléfonos, minga (la RAE no la acepta) de móviles, y le oculté  mi dirección a todo el mundo. Inclusé publiqué un aviso con mi nombre pidiendo datos sobre un conocido escritor (aclaro: él dice que es un gran personaje), al que los chupatintas de las gacetillas le hacen coro; algo así como un retintín de sus frases célebres. Di una dirección existente (no la mía) y un teléfono inexistente. Unos días después leí en el matutino Trombón que en una antigua casona del barrio de San Telmo estalló un artefacto de escaso poder explosivo haciendo moco (la RAE no la acepta) la ventana. Sí sí, es lo que imaginan...

Felizmente para mi osamenta, no estaban enterados de que daba clases de castellano en un par de escuelas secundarias. Hasta que en un programa de televisión, ante millares de televidentes, un tal Jorge Luis Borgia, escritor y visitante asiduo de las ferias de los libros, me estigmatizó con una descarga grosera de odio y aversión. Me tildó de analfabeto, de escribir desicion... y desconocer las reglas de acentuación.
Al día siguiente, ni bien entré al aula, mi alumno Sergio Zinoviev, biznieto de un bolchevique al que Stalin le achicó la estatura, comentó en voz alta − estentórea, diría más bien−, lo que había sucedido en el programa televisivo de Jorge Lanata durante el reportaje a Borgia.
Toda la clase me contempló con sorna, como si fuese un rumiante con terno gris y corbata roja. Ya no podría ser secreta mi actividad pedagógica... Fui a hablar con el director y le pedí una semana de licencia a expensas de mis vacaciones anuales. Me preguntó la razón y le expuse un pretexto. No me las dio.
Al día siguiente llegué a la escuela con un brazo metido en yeso, un certificado expedido por mi amigo Saulo (cardiólogo de categoría) en el que explicaba, con minuciosos detalles, que a raíz de una caída en la bañera me había roto el brazo, desde el codo hasta la muñeca. En lugar de la semana me concedieron un mes... Y desaparecí.

Volví a mudarme... De Ituzaingó fui a parar a Villa Ballester, a vivir entre ex−nazis, hijos de nazis, y nietos degenerados de nazis, chupadores de chopes y comilones de salchichas con chucrut. Allí pasaba desapercibido. Y cada vez que iba a la estación a tomar el tren entraba a la plataforma y levantaba el brazo al estilo hitleriano ante la mirada tierna y complaciente de los neonazis de la ciudad. En ese mes recopilé mis notas, les dí forma de libro y decidí que había llegado el momento de ser famoso con causa, dejar el anonimato y convertirme en un héroe, un titán literario. Así fue como llegué a la editorial de Bermúdez.

Se había cumplido una semana exacta desde el día en que estuve en su oficina. No le advertí que iría a verlo. Fui. Subí en el ascensor (antiquísimo remanente de las invasiones inglesas) hasta el cuarto piso.
Al entrar a la oficina su cara cambió a verde, o gris; parecía un cadáver destripado. Me hizo sentar, me convidó con un habano cubano y me dispuse a escucharlo:
−Aspis — dijo en un murmullo —la UdeEF no acepta que edite su libro.
−De qué carajo me está hablando, Bermúdez, ¿es el partido de la Julita?
−No, hombre, es la Unión de Escritores Famosos, UdeEF.
Luego me explicó la perversa actividad que se esconde tras esa sigla esotérica. No podía creer lo que escuchaba. Le exigí la dirección de esa Unión de atorrantes.

La logia de censores literarios − la pandilla masónica −  tenía su guarida en la calle Corrientes y San Martín, donde funcionó en una época la ALN de Kelly y Queraltó (el matrimonio transexual del nacionalismo criollo).
Subí en el ascensor sónico hasta el piso cuarto (es mi destino estrellado: todo lo malo me ocurre en cuartos pisos). Vi la placa cobriza de UdeEF. Golpeé con discreción: el silencio más estridente fue la respuesta. Ningún sonido. Menos que nada. Decidí entrar y me encontré en una sala de espera. Escuchaba el farfulleo de voces engoladas, risas, a la salud de mis queridos colegas, grititos y otras sandeces por el estilo
Sobre la puerta de la que provenían las voces distinguí la mirilla y entonces los pude ver: estaban casi todos los grandes nombres de las letras, desde Jorge Luis Borgia, Mirta Lagrande, Jorgito Atchís (el que robó flores en los jardines de Quilmes) hasta la distinguida poetisa Susanita Giménez de Alcorta, incluidos otros relevantes personajes del mundillo literario, jugando con serpentinas, pomos de carnaval, matracas, pitos, con una escalofriante curda y exiguas ropas, brincando patéticos y delirantes en la singular parafernalia de la UdeEF.
Dudé un par de minutos y, siguiendo mis impulsos, recordé una de las famosas frases de  Don José de San Martín...  Entré a la sala de debates en pelotas, como los indios, y les pregunté en medio del jolgorio: ¿Están jugando al carnaval? Permítanme participar, y sin darles tiempo a nada caché un par de sifones y, a sifonazos limpios, les empapé la jeta de censores literarios vociferando ¿Censores a mí? ¡Vamos, hombre!.

No fue una pesadilla... Esto ocurrió, pero no recuerdo cuándo. Los médicos me tratan muy bien pero me quitan los cuadernos y lápiceras, y no me permiten escribir porque −aducen− tengo fea letra y horribles faltas de ortografía.
Arlt tuvo mucha suerte ·

2.-El regreso de Alejandro Aspis


Lo único que sé es que el personaje
 se forma en el subconsciente de uno
como el niño en el vientre de la mujer.
Roberto Arlt (entrevista)


Me estaban esperando en la oficina del Sanatorio. Debo de haber adelgazado bastante porque Toña, la secretaria de la Agencia, me miró con cara de lástima mientras yo firmaba una pila de papeles.
—¿Cómo está Aspis...? Se lo ve muy bien — me dijo con cara de julepe.
—¿Le parece? Un finado tiene mejor aspecto que yo, ¿no?
—No hable así. Desde ahora se va a sentir mucho mejor: descanso, comida, escribir de nuevo... ya va a ver, Aspis.
La escuchaba como si su voz viniese desde un fonógrafo recitando un tango de Rosita Quiroga. Mirándola, le pregunté por qué la Agencia se había  preocupado por mi suerte. Le confesé que la pasaba bárbaro en el sanatorio, aunque no me dejaban escribir... No sé si me creyó.
—Ese es el punto, Aspis me dijo con voz de flauta encantada. La miré a los ojos. Por primera vez los advertí... Cuando iba a la oficina sus ojos siempre se arqueaban sobre el teclado de la pc: lo único que tenía delante era una cabellera trigueña revuelta y sus dedos flacos apretando las teclas. Como diminutos garfios remachando clavijas.
—No la entiendo Toña, ¿qué relación hay entre lo que acabo de decirle y el punto...? ¿a qué punto se refiere? ¿al punto y coma o al punto y seguido?
—Ja, qué ocurrente es. No. La Agencia se ocupó de todos los trámites para que pueda salir del Sanatorio. Qué lío hizo usted en la sede de la UdeEF, que bochinche se armó —dijo con arrobo algo bizcote. En eso me llamó el Dr. Chimichurro. Me dio una serie de instrucciones, y me rogó que no se me ocurriese pasar por Corrientes y San Martín. Se lo prometí. Me dio una bolsa con píldoras, devolvió mis cuadernos y los bolígrafos, me palmeó la espalda y se despidió. Como si fuese su hijo. Hasta creo haber percibido un par de lágrimas deslizándose sobre sus mejillas (como patines sobre hielo). Propiamente. Y bueno, ellos se encariñan con la gente que internan.

Salimos a la calle, la Toña detrás de mí. Como un San Bernardo. Mientras subíamos a un taxi le pregunté cuánto tiempo estuve en el Sanatorio. Nueve meses, Aspis, me dijo con una sonrisa algo romántica. Ahí cai en la cuenta de que la muchacha estaba prendada de mí. En fin, muchacha no era... la edad se le trepaba sobre una poderosa nariz parecida a un alfiler de gancho.
—¿Y para dónde rumbeamos ahora? ¿Cuál es mi casa? ¿Tengo...?
—No se preocupe, la Agencia se ocupa de todo. Ahora viajamos hacia las oficinas, sabe? Tuvimos que desocupar la casita de Ballester. Sus cosas están en un guardamuebles.
—Escúcheme, Toña, le pregunto con franqueza: ¿por qué tanta amabilidad conmigo?
—Muy simple, Aspis: cuando dejó de colaborar con la Agencia la venta de notas a las revistas y diarios se redujo a la mitad.
La escuchaba y no podía creerle. Llegamos a la calle Riobamba. Las oficinas de la Agencia eran un departamentito para gnomos, repleto hasta el techo, en el que un simple estornudo, pienso, podría causar el derrumbe de todo el papelerío con hedor de las cavernas.
—¡Aspis, muchacho! Qué alegría verlo, che. Venga, póngase cómodo.
—Qué dice, don Samuel. Usted me pide que me ponga cómodo pero en este cuartucho lo único que hay son revistas amarillas y pulgas. Déme una silla, o al  menos un banco —protesté mientras pensaba: cara rota... en nueve meses no me mandaron ni una sola vez criollitas con fetas de salame picado grueso, o chocolate con maní.

Toña se sentó delante de la computadora, su alfiler de gancho tostadito por el sol primaveral emitía señales luminosas. De vez en cuando me echaba una miradita dulce cruzada por la bizquez, por lo cual ignoraba si me estaba mirando a mí o al gato que, sosegado, dormitaba sobre las gavetas del archivo.
Todavía no me había recuperado. Todavía esas pastillas me tumbaban y seguían con su efecto exterminador. Todavía continuaba en el loquero, impreciso, haciendo footing entre las nieblas del Riachuelo.
—Muchacho, ¿cómo se siente? — me preguntó don Samuel encendiendo el cigarro cuya humareda, sin dudas, acabaría con todas las pulgas (y con nosotros) — Le hemos dado una mano para sacarlo de ese lugar. Lo apreciamos, Aspis. Y ahora hablemos de negocios porque...
—...Espere...s´pere don Samuel, quiero saber qué pasó con las cuatro notas que me quedaron debiendo y con todas mis cosas personales y...
—...Aspis Aspis: no sea impaciente. En la Agencia lo estimamos todos.
—... necesito vivienda, don Samuel, un bulín para vivir y trabajar. El aprecio es importante, pero si me necesita deme una mano. Además, quiero salir a respirar aire puro, debo dar una vuelta por las calles del centro. Nueve meses en ese loquero, otra que sanatorio.
—Vaya, Aspis, vaya y dése una vueltita por el centro. Ah, tome un adelanto.
—Un atraso querrá decir, porque usted me debe guita, ¿recuerda?

Llegué a la esquina de Riobamba y Corrientes; estaba allí el quiosko de flores en pleno, y gente... gente que no hacía morisquetas, gente que no reía sin motivo, gente que no me pedía un faso o un peso para comprarse un chupetín, o un condón. Si fuese un perro movería la cola y brincaría como hacen los pichichos...
Dichoso pero vacío. Caminaba hacia el Obelisco, volvía a las noches de aquella Corrientes traspapelada de la primera juventud. Respiraba hondo hasta que los aromas de la fugaza y la fainá de Güerrin me rescataron de la nirvana del retorno.
Crucé la 9 de Julio en dos etapas; al llegar a Esmeralda me acordé de los guapos que amainaron junto a sus ochavas, frené y me pareció oír la voz del Doctor NO. No quise seguir, o toparme con alguno de aquellos desgraciados que me mandaron al loquero (por un puñado de sifonazos tanto aspaviento...). Regresé por  la vereda de enfrente al punto de partida: Fausto, el Foro falsificado, pitucazo, irreal, La Giralda vaciada de sus churros y submarinos. Y gente, mucha gente que no hacía muecas, no me sacaba la lengua, no se pasaba media hora guiñando ora un ojo ora el otro. Y luego los dos juntos.
Sin prestar atención llegué a la puerta del edificio de la Agencia. Era el mediodía y sobrevivía con el mate cocido y el pancito de la mañana, fofo como algodón y gomoso como chicle.
Don Samuel estaba solo en el cuartucho que llamaba las oficinas, el habano holandés prendido y sus pequeños ojillos de ardilla revisando papeles.
—¡Aspis! ¿ya terminó el paseo? Escúcheme, ahora que la Toña se fue a comer aprovecho para explicarle el tema de la próxima nota. Si la hace cobra triple. Venga, acérquese, las paredes escuchan.
Se arrimó y me farfulló palabras al oído. Su cara, a la vez, era diabólica y angelical. Yo escuchaba, los ojos se me revolearon de asombro y delectación. ¡Cómo me conoce don Samuel! A  mi juego, balbuceé.
—En una semana lo puedo terminar. ¿Qué pasa con mi vivienda?
—Ahora lo acomodo por unos días en un hotel de San Telmo. Tome, le pago lo que le debo y agarre este teléfono móvil, así nos comunicamos.
—No me tome el pelo, don Samuel, yo no uso teléfono, me produce quistes y verrugas: ya se lo dije. Si me necesita venga al hotel, chau.

Samuel me consiguió un cuarto en un hotel de la calle Estados Unidos. Una piojera, se me ocurrió mientras viajaba hacia allí. Al entrar me desdije: un lugar limpio, tranquilo, con ventana a la calle, los dueños amables, podría tomar mate hasta reventar o hacer lo que quisiera. En la Agencia me prestaron una PC ambulante.
Me zambullí sobre la cama. Nueve meses atorrando en camastros asépticos junto a internos extasiados, monologuistas que se babeaban, toda la especie demencial del universo en ese pabellón. Acomodé mis pocas pertenencias, otras las compré en la farmacia de la esquina y en el boliche de enfrente. Ahora, a trabajar...

Samuel arregló el encuentro con Federico Lupines. Dos horas después estaba sentado frente a un tipo algo secote en el café de Independencia y Piedras. Tenía los ojos humectados, como listos para echar algunos lagrimones. Me extendió una mano huesuda con dedos largos y transparentes. Tuve la sensación de apretar una mano invisible... Lupines me contó la siguiente historia:
—En una mesa redonda en Liberarte me presentaron al escritor Andrés Costera, ¿lo conoce? Entramos en confianza, le hablé de un manuscrito mío, me invitó a su casa. Fui, conversamos, se lo dejé y me pidió que me comunicara en un par de semanas. Al tiempo lo  llamé: me dijo que debería corregirlo. Fui a buscarlo. Pasaron seis meses y no supe más nada. Hace una semana presentó su nueva novela en una librería de Santa Fe: Norita en búsqueda  de la muerte. Fui a verlo. Lo percibí medio raro conmigo, revoleaba los ojos, desviaba la cabeza, tosía y escupía con disimulo. Tuve que comprar un ejemplar y cuando leí la solapa...
—...se dio cuenta que le plagió la novela le dije ¿es eso, no?
—Sí —un sí lacónico, un bramido de fiera escapada de la jungla, los ojos parecían minúsculas brasas al rojo.
—Y usted quiere que escriba una nota denunciando al tipo, que lo convierta en albóndiga y puré de mierda...
—Sí. Sí señor. Sé quien es usted, Aspis. Samuel me contó su pedigrí y yo deseo que usted redacte el artículo. En ese estilo tan bilioso y frenético. ¿Puede?
—Dejelo por mi cuenta, Lupines. A este Costera lo llevo a alta mar y lo hundo con una piedra atada a los pies. Chau, un gusto.
Me extendió la diestra. Percibí que estrujaba el vacío...

El destino a veces me da una mano. Ese Costera no me conoce; el día del carnavalito de las ratas famosas no estaba en la sede de la UdeEF. Urdí el plancito que me iba a ayudar. Tenía la dirección. El dueño de la librería Angelitos Negros y Rubios me prestó una colección de libros de Cervantes y con ellos me fui al domicilio de Costera, en Villa del Parque.
Salió una mujer de cara pálida, pregunté por el plagiador y me dijo que no estaba, que llegaría en una hora. Uy señora, ¿qué hago ahora con este paquete...? No, no puedo dejárselo... ¿No podría esperarlo?. Muy amable, gracias.
Me hizo pasar al estudio, me sirvió un café y me dejó hojeando los libros del quía. Papita pa´l loro. Busqué como loco (no innovo...), traspiraba, abría armarios y cajones, exploraba los estantes. Al lado de la computadora distinguí dos carpetas, una decía Norita en búsqueda de la muerte, y la otra Norma busca el fin del camino. Leí fragmentos de cada una: idénticos, como una cebolla cortada al medio (me decidí por la cebolla porque comencé a llorar de la emoción). Me las guardé. Le dije a la mujer que no podía esperar más y me fui. Alegre como una bataclana bailando el can can en un teatro de revistas.
Regresé a Los Robles, mi guarida, y empecé a teclear en la lap top. Como poseído. Los dueños del hotel se acercaron para averiguar qué sucedía. Me traían pavas de agua para mate (hervida las más de las veces) una tras otra. Estaba exaltado, tenía pruebas al canto, reproducía y tecleaba, alcancé la página quince cuando garabateé la palabra fin. Agotado, me tiré sobre el cotín. Quedé palmado.
Me despertaron las luces del cartel luminoso del hotel. Las ocho de la tarde. Luego de la ducha tomé el colectivo 10 y me bajé en Lavalle. Comí media parrillada (la carne, madera maciza, el chorizo, sebo puro) y tomé medio de la casa. Me fui hasta Corrientes, gente, gente y más gente. Regresé a Los Robles. Me senté frente a la caja rectangular, las películas eran de la época del cine mudo, o programas de cómicos que me hacían llorar con sus chistes. Apagué. Volé al sobre y me evadí del mundo. Soñé con mi ex, los alumnos de la secundaria, los nazis de Villa Ballester, el loquero y por último con Toña, que deseaba embelesarme e inflaba su nariz de alfiler de gancho, yo intentaba escapar. No podía. Ahí me desperté.
Al día siguiente llevé la nota a la Agencia. Don Samuel leía, sonreía, reía, carcajeaba, se revolvía en la butaca mascando el habano y al final me comentó:
—Che Aspis, usted ha vuelto con más chispa del sanatorio. Estupendo, irrefutable, lo hizo pedacitos, ¡felicitaciones, muchacho!
—Don Samuel, ¿me está sugiriendo que he vuelto más colifato? No me ofendo. Es verdad.

La Agencia vendió la nota al semanario Detrás de la Careta. Apareció un lunes y esa misma tarde se formaron corrillos en las librerías de moda, en los eventos culturales y literarios; el teléfono del semanario no paraba de sonar. La edición se agotó ese mismo día y publicaron una tirada extra.
El martes a la noche allanaron las oficinas de la revista. Don Samuel apareció en el hotel el miércoles de mañana.
—Aspis, hay un escándalo con su nota. Alguien estuvo en la casa de Costera, le robó el original de su novela y una carpeta. ¿Usted sabe algo?
—La prueba del delito, don Samuel, el manuscrito del que plagió la novela de Lupines. Esa carpeta es la que le quita el sueño — le expliqué sin explicarle.
—Aspis, ¡Aspis! ¿me oyó?  Allanaron la editorial. Ahora lo están buscando. Váyase a Montevideo hasta que la cosa se calme, le pago gustoso por su trabajo. Un abrazo, muchacho.

Al llegar al control de documentos del Buquebus me colocaron las esposas. Uno de los tipos miraba una foto y me señalaba. Para hacerla corta: me hice el loco pero esta vez no me dio resultado. Estoy en Devoto. Don Samuel me manda paquetes con salamines picado grueso y criollitas.
Doce meses a cargo del estado trabajando en la biblioteca del penal. Aunque, por suerte, no me sacaron ni el cuaderno ni las lapiceras...