sábado, 8 de septiembre de 2012

Mercedes Sáenz





El hombre bordeó con la cadera la mesada de la cocina. Eligió el paquete que abriría y el aroma de café bueno. Soltó despacio un silbido de su aire poco para espantar el silencio con un sonido de color que se huele hasta en la piel y pasa por la garganta en el primer minuto de la mañana.
Sus palabras ya quedaban cortas y los adjetivos solos. Ya no le era compañía contestarse. Las ideas claras, las pocas, se fatigaban cómo mujeres sosteniendo una red de pesca.
Su única propiedad privada era una maceta apoyada en el piso, no muy grande, para poder trasladarla él solo hasta cualquiera de sus lugares pequeños.
Nunca le puso nombre pero la paraba frente a lo que estuviera haciendo. Alguien que lo mirara cuando el espejo ya se vuelve borroso y mudo. Las hojas de tanto en tanto aleteaban con alguna ventana abierta.
El hombre bordeó la parte más finita de la cocina, esa que todos los días se achicaba un poquito y con el tranco y el pantalón empujó sin querer la maceta al piso.
Se inclinó hacia el suelo y emitió un sonido, (un respiro piadoso cómo los de hospital cuándo no es la muerte.)
Sobre la tierra esparcida una lombriz de mil cinturas surgió de la negrura fresca, bailando o nadando en sólido, pero quiso el hombre creer que eran movimientos felices.
Caminó despacio hasta la mesa de luz y sin sacar el cajón vació las cosas que tenía adentro. Lo llenó de diarios alisaditos del tamaño justo y con una taza fue juntando tierra de la maceta hasta cubrir una capa que lo dejó contento. En el último acarreo llenó su mano, la que tiembla menos, y levantó con ella la lombriz que esta vez dejó de bailar y se quedó quietita. Cuándo la encerró en el cajón emitió un silbido cancionero. Se preguntó sin tan chiquito escucharía uno igual cuándo con tierra en el bolsillo del saco lo llevara a cobrar su jubilación o de paseo.
Volvió a la cocina, trastabilló con la planta que ignoraba que moriría y sin querer con el pie le movió una de sus hojas.
Es un hombre que cada tanto tropieza con la razón que le dejó una guerra y anda por ahí, silbando.

Mercedes Sáenz

5 comentarios:

  1. En la brevedad el relato está poblado de frases geniales que son un canto literario al despojo de la soledad y su enigma en el corazón humano, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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  2. La autora tiene una gran sensibilidad pero no puede ocultar su reflexión constante y profunda. Así la sensibilidad no se desboca nunca y puede alcanzar su objetivo. Ya he leído otros textos de Mercedes Sáenz y me gustaron mucho también
    Cristina Pailos

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  3. Siempre es una delicia encontrarte y leer esa belleza hecha , en este caso relato mercediano. Un abrazo, Merci .
    amelia

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  4. Qué economía de palabras para describir la soledad cotidiana, sin dramatismos, de un hombre, cualquier hombre o mujer...Hermoso, Nercedes

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  5. Muchas gracias por la publicación a todo el Andrés, parte toro y león.
    Muchas gracias por los comentarios, muchas, muchas gracias,les mando un fuerte abrazo
    Mercedes

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