jueves, 15 de noviembre de 2012

Gerardo Pennini





DIALOGANDO CON UN CUENTO *

Leer un relato del regreso también me trajo de regreso. Aunque como dice don Ata, uno se va yendo despacito pa quedarse un poco más, y yo soy de los que de vez en cuando vuelven, mañoso decimos en el campo. Me sentí de nuevo como en el bar Ramos, después del ’83 y del regreso a la democracia. Digamos, un marciano verde con antenitas y todo sentado junto a la vidriera del café que en las noches de años antes era una masa de humo de Particulares y discusiones políticas. Esa esquina había sido reducto de jóvenes de izquierda, sobre todo del Partido Comunista; y la temible coordinación federal, un brazo armado de la policía, hacía apariciones periódicas como chorros de nitrógeno líquido.
En la otra esquina estaba La Paz, lugar recurrente en mi memoria, donde se mezclaban peronistas históricos, jóvenes peronistas muy a la izquierda y sobre todo bohemios, allí asomaba con fuerza el recién nacido rock nacional.
Cuando volví al Ramos tantos años después era un “Salad Bar”, había cromados por todas partes y se ofrecían “burguers” y “hot dogs”. Eso sí, nadie discutía, todos parroquianos muy bien educados.
Crucé Corrientes hacia La Paz, allí el ambiente seguía parecido a mis recuerdos. Me senté en una mesa que calculé podía ser una de las que frecuentaba, pedí el cafecito a un mozo que no quise mirar, porque tenía que ser el mismo aquél con voz de fumador y camisa arrugada. No quería ver al joven prolijo y atildado que seguramente estaba parado junto a la mesa.
Entonces me tomó a traición la imagen de La Maga, con sus grandes anteojos de marco grueso, su pelo largo y negro sujeto en una vincha y su figura disimulada bajo camisolas informes teñidas en casa y pantalones anchos. Cosas increíbles de la memoria, la vi aparecer en la puerta. Cosa menos creíble, tenía esplendentes veinte años, los anteojos eran Rayban, la camisola Guido Cazzo, el cinturón y la vincha artesanales de Costa Rica…
Le hice un leve saludo con la cabeza y ella…me contestó. Desplegó una gran sonrisa, agitó unos deditos finos y delicados y demostró que sí, que me reconocía…
A los pocos segundos se escuchó un rugido que hizo temblar los vidrios, un joven atlético subió a la vereda montando una moto Kawasaky “Endemoniada” de dos cilindros y tablero electrónico. La Maga volvió a saludarme encogiéndose de hombros y subió al bólido tremolante. Se fue.
Corrí hasta la calle, le grité que no, que ella tenía que tomarse el colectivo a Castelar, que todavía no habíamos tomado el café, que…Me tocaron el hombro. Era el mozo para recordarme que no me fuera sin pagar.
Creo que después de todo, cuando me vaya, no voy a pagar nada. No estoy conforme con el servicio, qué joder.
* Inspirado en un cuento de Andrés Aldao

* * * * *

Desde Villa Tortafrita

Querido amigo, la foto que gentilmente me enviaste me hizo acordar cuando venía Sylvia a tomar mate a nuestra casa de Nueva York. Seguramente vos no te acordás porque eras muy chico, le gustaba sentarse en el patio del fondo con el banquito de madera. Hablábamos de arte, y me comentaba que recorría esos barrios marginales en busca de talentos porque su papá tenía un museo para descargar impuestos y la había puesto a ella al frente. Entre mate y mate me explicaba cómo era el negocio, había centenares de jóvenes artistas en el Village, en Queens, en Brooklin, que pasaban hambre, muy transgresores y rebeldes, muy libres en sus obras. Entonces ella les pasaba unos mangos para pagar el alquiler, les armaba una exposición en la galería de algún amigo de confianza y luego mandaba expertos del museo para que compraran varios cuadros, lo publicitaba muy bien en revistas especializadas donde los jóvenes transgresores salían con declaraciones como “el arte ha muerto” y esas cosas que a mí me extrañaban mucho. Luego los que habían matado el arte empezaban a cobrar sumas escandalosas por obras…de arte.
Sylvia y su museo pasaban a ser los poseedores de cuadros millonarios, millones que se descontaban de los impuestos de papá, y las galerías de los amigos vendían y cobraban las comisiones adecuadas.
Claro que hablamos de aquellas épocas en que vos eras muy chico, la gente de plata de Norteamérica iba a Europa, hacía breves cursitos sobre arte, se relacionaba con algún marchand y el arte seguía llegando de Europa. Entonces Sylvia y su grupo de mecenas tuvieron la virtud de crear un arte norteamericano desde la nada. Ni un cursito breve, nada.
Pero con identidad norteamericana.
Como yo no tenía esa identidad seguía sin entender, pero por suerte vos jugando con tu balero de madera que pintó Quinquela Martín rompiste el brazo de la estatua de la libertad, el que le hicieron de nuevo con plástico, y tuvimos que escaparnos a México.
            Desde que me vine de nuevo a Villa Tortafrita escribí algunas notas sobre arte en una revista que empezó a andar muy bien, creció y la compró un lobby empresario. Me pagaban exorbitancias por mis notas, te cuento que me parecía demasiada plata, hasta que escribí sobre el arte que ha muerto inspirado en mi experiencia en Nueva York.
¿No tendrás un trabajito para mí en México?
            Tu amigo, el del balero.

3 comentarios:

  1. Ironía y nostalgia en dos cuentos que retratan la sociedad en que vivimos: consumir y hacer plata para poder consumir más. Me gustaron, amigo!

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  2. La Maga que se va en una moto de gran cilindrada, un balero destructor, ironías que enmascaran un presente esquivo, amenos, bien escritos disfruté de sus lecturas, Carlos Arturo Trinelli

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  3. El Bar Ramos, el café en La Paz, Cortazar bajo el brazo y la Maga circulando de mesa en mesa y diarios y revistas políticas que escondíamos como podíamos. Charlas apasionadas o con preocupación en la nube de humo. Y entró Coordinación Federal. Le dí tal patada por debajo de la mesa a los diarios y revistas que se deslizaron por el piso quien sabe adonde.Muy buena la ironía y muy buena la evocación que me permitió.
    Cristina Pailos

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