martes, 4 de diciembre de 2012

Carlos Arturo Trinelli

Todo parecido con el autor es
absolutamente cierto


Episodios del intento de enrique lotriski por desaparecer

Episodio 1
    
     -¿Os puedo interrumpir Su Alteza, mi Sultán? Pregunta un hombre ataviado como genio de historieta con voz de tiple.
-Ya lo has hecho Abdel, adelante, responde el Sultán entrado en carnes.
-Es sobre el harén mi Señor, las mujeres están excitadas, no obedecen y se tocan entre ellas para darse placer.
-Qué las ha puesto así.
-Han estado espiando por los visillos de las ventanas la llegada al vecindario de un tal Enrique Lotriski hombre precedido de una fama de ponedor, con todo respeto mi Señor, dice Abdel con una reverencia.
-Quiero los testículos del tal Lotriski en una fuente, pero no lo matéis, curadlo e integradlo a la tropa de eunucos.
     Desperté y mis manos impulsadas por mis brazos volaron como palomas hacia mi entrepierna. Las palomas confirmaron que los huevos estaban en su nido y abrí los ojos aliviado de la pesadilla.

Episodio 2

     La pensión del señor Cresto  funcionaba en una casa vieja que hacía ochava en una de las últimas calles del pueblo. Una cocina compartida, dos baños y cada habitación tabicada con madera cubierta de un empapelado desteñido por el tiempo. El techo era como un cielo común para todos los moradores.
     Acostado en la cama lo intuía allí arriba sin poder dormir hasta que cejaba la actividad sexual de mi pareja vecina. No eran los ruidos los delatores sino la voz de ella, haceme despacio, ay, así mi amor, espérame, ah,ah. Él era de pocas palabras, date vuelta, vení arriba. Después susurros y alguna risa y más tarde algún ronquido y luego ya no sé porque me dormía.
     El señor Cresto vivía en la casa de al lado y todos los días hacía sus apariciones en la mañana y en las tardes para encender la caldera a leña y la gente aprovechaba para lavar y bañarse. Se pagaba por semana adelantada una tarifa que incluía en el precio el uso de la luz que el dueño robaba de la calle.
     Una tarde en que me aburría con una constancia despreocupada el señor Cresto golpeó a mi puerta. La excusa fue completar mis datos en un cuaderno pringoso. Pasó y yo me senté en la cama para dejarle libre la única silla. Cuando le dije mi número de documento exclamó:-¡Clase 50!
-La mejor, repliqué en tono de broma.
     Entonces se animó, abandonó el cuaderno y como si el pasado se proyectara a mi espalda dijo:-Mire que hemos sufrido nuestro tiempo.
-Todos los tiempos se sufren y se disfrutan.
     Ignoró mi comentario dejó de lado la remembranza y encaró el tema de los pensionistas. Aportó detalles de cada uno y el esmero que él ponía en que la pensión fuera el ámbito de una gran familia. Yo asentía y los ojos diminutos de Cresto brillaban emocionados.
-Porque no se viene esta noche y comemos unos churrascos, dijo y se incorporó de a poco con dificultad,-tuve una caída, se excusó.
     Correspondía que preguntará:-¿Qué le pasó?
-Yo escalaba en roca y me vine abajo, quedé un día tirado hasta que me encontraron, me quebré todo, un año internado y casi otro para volver a caminar, esta noche le cuento bien, lo espero a eso de las ocho.
     A la hora señalada, como Jhonny Deep, estuve en la puerta de la casa de Cresto. Dos perros me ladraron desganados y me eximieron de anunciarme.
-¡Mengano, Zutano cállense la boca! Gritó el dueño de casa y los perros se replegaron, venga pase que ya prendí el fuego.
     La noche de marzo tardaba en aparecer por esta latitud y sin embargo una luna pálida y algunas estrellas contrastaban en el azul índigo del cielo. El frío comenzaba a descender sobre el caserío disperso del pueblo. Le entregué a mi anfitrión una botella de vino y entramos en la casa. Un sitio austero que olía a limpio. Me sugirió no quitarme la campera porque estaríamos en el fondo al aire libre. Sobre una mesa había dispuesto unos ingredientes para engañar el estómago aseguró con una risotada que me permitió observar sus escasas piezas dentales. En la parrilla reposaba un corte de carne que no identifiqué y que él se apresuró en definir como una tapa de asado o algo parecido ya que un amigo había faenado una vaca y le había regalado el corte. Yo solo pensé que comeríamos tarde y pinché un dado de queso. Me sirvió un vermú con fernet y soda.
Brindamos y el hombre hizo un doble pinchazo de queso y salame. Todavía masticando preguntó:-¿Hizo el servicio militar?
-Batallón de Arsenales 601 en Boulogne.
-Lindo destino, yo hice la escuela de suboficiales y conseguí el traslado para esta zona, me retiré, bah, me retiraron con el grado de sargento en el año 81. Una carrera magnífica.
     Un picle asido a un cuerito de chancho ocupó el espacio dejado por el bocado anterior, yo encendí un cigarrillo y tracé, como si fuera un camino en un mapa, una historia en mi cerebro: el tipo era un desacatado que no aceptó la obediencia debida y lo echaron. Se paró para atizar brasas y bajar la parrilla.
-Es así nomás clase 50 ¿sabe qué hacía yo en los 70? Infiltraba marchas, se armaba el quilombo y un montón en cana. Un día me dieron una marimba, una guacha del pueblo que estudiaba en…me reconoció, yo soy cinturón negro de judo pero me cagaron bien a palos, historias de la época.   Pensé que se lo merecía pero no dije nada, él siguió.
-Ojo, no me quejo para mi una pelea es una pelea y yo sabía a qué me exponía. Mi problema comenzó con el gobierno militar.
-Dictadura cívica- militar, apunté.
-Como quiera llamarlo, insisto, una cosa es una pelea con algún exceso y otra torturar y matar a enemigos indefensos.
     Quiso volver a servirme otro vaso de vermú pero le sugerí abrir el vino. Se fue, yo miré el cielo ahora oscuro rociado de constelaciones argentas siempre indiferentes. Volvió, quiso enjuagarme el vaso pero me negué, él repitió el vermú. Dio vuelta la carne y dijo:-Cuando esté bien marcada la abro al medio y la hago mariposa.
-Está bien por mi no se preocupe, no tengo apuro.
- Me gusta usted clase 50 es un hombre tranquilo ¿a qué se dedica?
-A nada.
-¡De ahí la tranquilidad! Exclamó y propuso otro brindis.
-Me tomé un año sabático para escribir una novela.
-¿De qué trata? Preguntó sin sorpresa.
-No lo sé, todavía no pude comenzarla.
      En realidad sabía pero no sabía como comenzarla. Agregué:-Hubo una novela que solo constaba de prólogos mi idea es escribir una que sea toda hecha de epílogos.
-Los prólogos y los epílogos dan felicidad, dijo con certeza y justificó,-los primeros están llenos de esperanzas y los últimos contienen el orgullo de haber acabado.
     Cresto se le animaba a todo y era un gran conversador.
-Cuando tuve el accidente me quedé solo, dos años es demasiado tiempo para una mujer, se volvió con mis hijos a la ciudad ¿tiene familia clase 50?
-Tuve en el sentido que ahora estoy solo. Tengo dos hijas en España, se fueron en la crisis con mi ex esposa.
-¿Será que las mujeres no admiten el fracaso? Perdón, no lo digo por usted.
-Está bien, no se preocupe. Creo que no se las puede generalizar y tampoco se puede condenar a nadie a ser infeliz y menos con el amor como excusa.
-¿Quiere un tomate para acompañar la carne? Preguntó.
-Como quiera…
     Trajo dos tomates en un plato que apoyó en la mesa y parado ante la parrilla anunció que las partes más delgadas de la carne estaban listas. Me sirvió un trozo en una tabla y me recomendó no pensar mucho porque se enfriaría rápido. La carne era bastante dura y con un sabor salvaje que no recordaba haber probado y que solo pude enmascarar con el tomate.
-Yo también tengo una habilidad artística, toco la guitarra. Me perfeccioné cuando estuve ese año sin poder caminar. Fue hasta la parrilla y trajo otros dos pedazos de carne.
     La noche avanzaba y con ella el frío. Cresto sugirió entrar en la casa, supuse no lo hacía por mi sino porque su masticación con pocos dientes demoraba su carne en la tabla. Le dije que estaba bien así y se resignó a comer la carne fría. Cuando terminó su parte yo ya lo había hecho con la mía. Cruzó los cubiertos en la tabla y me ofreció más. Acepté. Me sirvió un pedazo más grueso que en el centro estaba rojo.
-Coma tranquilo, me recomendó y apagó la luz de la parrilla después de amontonar el fuego bajo el resto de la carne.
     Las mariposas de noche buscaron lugar en el farol del patio y el cambio de luz derramó un poco más de cielo sobre nosotros.
-En realidad, principio en decir, hace años que no estoy solo y aclaró antes de seguir,-no me vaya a tomar por loco pero escucho voces.
     Disimulé masticando la carne para no hablar. Confiado, prosiguió:-No las identifico con nombre y apellido, no podría, pero sé quienes son, son los cautivos del regimiento, se quejan, me felicitan, me putean, lloran, lloran mucho. Mire clase 50 le voy a contar la mitad para no contarle el doble.
     Me pareció más lógico que lo de las voces.
-Un día me lo encuentro al coronel en el súper mercado, estábamos de civil con nuestras mujeres, me le acerco, lo saludo, me reconoce por supuesto y le pido un aparte y se lo digo casi sin respirar, mire mi coronel esto no puede seguir así, hay allí gente que conozco del pueblo, buena gente equivocada y ahora mismo me hablan me dicen por qué les hacemos lo que les hacemos y yo no puedo más…El coronel me dice, Cresto, hacemos lo que hay que hacer como buenos soldados, venga a verme mañana a las 7 en mi despacho. Se fraguó una junta médica, me internaron y después me pasaron a disponibilidad.
-La sacó barata, dije y abandoné la carne.
-Ahora vuelvo, dijo y caminó despacio hacia la casa.
     Regresó con la guitarra y antes de que pudiera asombrarme dijo:-Escuche, así tapo a las voces.
     Las cuerdas confesaron confundidas Pájaro campana. Siguieron luego otros clásicos a los que añadió el canto con una voz penitente, Zamba de mi esperanza, Lunita tucumana, Felipe Varela, un vals…Me incorporé en una pausa que hizo para beber.
-Se puso bastante fresco, dije y soplé mis manos.
-Tiene razón, vayamos para adentro.
.-No, me voy, la seguimos otro día, aseguré enérgico.
     No opuso resistencia y me acompañó hasta la puerta.
-Espere que llamo a los perros, dijo y puso sus dedos índices en la boca y emitió un sonido agudo. Después agregó:-¿La pasó bien?
-Por supuesto, gracias por todo, hasta mañana.
     Nos dimos la mano y se quedó con una sonrisa boba dibujada en la cara.
     Cuando llegué a la esquina vi a los perros, Mengano y Zutano, que corrían hechos sombra por el camino al encuentro de Cresto.

Episodio 3

     Cuando comenzó a llover el agua parecía evaporarse antes de llegar al piso. El primer chaparrón consiguió que bajara la temperatura pero su constancia hizo que se formaran charcos y en la cuneta el agua corriera tumultuosa con un revoltijo de palos, hojas y basuras. Yo me mojaba como la Naturaleza. Los pies nadaban en las zapatillas de lona. Los pantalones pesaban y la camisa, en contacto con la piel caliente, producía la incomodidad del frío. Conseguí, embarrado y mojado, llegar a la ruta. Atisbé a unos cien metros un refugio de los que se usan para esperar el colectivo. Difuminada en el aguacero una silueta femenina caminaba de frente a mí. Se me ocurrió pensar que con igual objetivo.
     Entramos a la par, nos saludamos con una sonrisa y el alivio compartido de estar bajo techo. Era una mujer adulta en esa edad incierta de los cincuenta. La mojadura traslucía sus intimidades. El pelo negro brillaba aplastado por el agua y en la cara cobriza resaltaban unos labios de coral.
     Nos sacudíamos el agua con las manos en un intento de secado difícil de prosperar. Yo me quité la camisa, la estrujé y me sequé el torso. Ella dijo:-Acá es así, en un rato sale el sol y tendremos calor de nuevo.
     Busqué un cigarrillo que no estuviera mojado, la invité a compartirlo, no quiso.
-¿Usted no es de aquí? Preguntó con la entonación del lugar.
-No, de aquí no, respondí y señalé nuestro refugio.
     Se rió con la armonía de unos dientes parejos y clavó unos ojos de gitana en mí.
-Y vos ¿sos de aquí?
     Asintió y dijo:-Hoy es un hermoso día para escribir poemas.
     Me encantó lo que dijo porque creó un ambiente de embelezo que mi intrínseco cinismo destruyó:-Y comer tortas fritas, agregué
     Volvió a reír pero observé un cierto desdén. Abrió su morral y expuso un cuaderno de tapas duras.
-Un poema de amor y uno de desamor, uno de alegría, otro de tristeza, uno de euforia, otro de melancolía, uno de distancia, otro de proximidad ¡La vida como una poesía!
     El agua pugnaba en olas por entrar en el refugio y yo, voluble, me enamoraba de esa cara color de Argentina profunda, de esos ojos que brillaban como un tordo mojado, de esos pezones transparentados por el agua y que erizados me apuntaban y señalaban como el elegido.
-¿Existe el poema del beso?
.Sí, pero hay que escribirlo.
     Acorté la distancia que nos separaba y dije:-Vamos a hacerlo.
     Le aferré las muñecas por la espalda y la atraje hacia mí. Los ojos de ébano se le descolocaron en sus órbitas y los apagó en un parpadeo en tanto nuestros labios escribían el poema del beso humedecido en la tinta indeleble del deseo.
     Cuando abrimos los ojos el horizonte púrpura se imponía al gris que corría presuroso desvaneciéndose como volutas de humo.
     Ella se apartó y la solté, miró hacia fuera y dijo:-A veces solo se necesita un beso.
     Guardó el cuaderno y se colgó el morral en bandolera.
-Adiós, me dijo y depositó un beso en mi mejilla y una caricia en la otra.
     Abandonó el refugio. Con cada paso se alejaba y dejaba atrás una estela de agua que corría sobre el  asfalto de la ruta. Salí en sentido contrario, la camisa enroscada en el cuello. El sol imponía otra vez su dominio. La tierra roja de la banquina parecía una gran argamasa. Una iguana cruzó la ruta con su paso bamboleante. Yo caminé con los labios apretados para que no se me escapara la poesía.

Episodio 4

     Pagué los cinco pesos establecidos como tarifa para tomar una ducha y el empleado de la estación de servicio me dio la llave del baño.
     El lugar no era gran cosa pero el agua salía caliente y yo traía conmigo el polvo de varios días en el camino.
     Con el placer de saberme limpio caminé hacia el bar alejado unos cien metros de la estación de servicio. El viento arrastraba polvo y matas de pasto seco. Una hoja de diario quedó enroscada en mis pies. Vi la foto de Philip Roth y me agaché a recoger la hoja. Entré en el bar, varios camioneros comían sentados a una mesa larga formada por la unión de varias. Pedí el menú, cordero al horno con papas y un litro de tinto de la casa. Semblanteé al grupo de hombres que comían a las risas entre ellos estaba quien me llevaría a algún sitio. Leí la hoja del diario, un reportaje en el que Roth anunciaba, a los setentinueve años, su retiro de la literatura y el alivio que ello le provocaba.
     Me llamó la atención su falta de entereza. Quizá aceptaría que no escribiera más novelas. Yo intentaba escribir una y sentía como Ribeyro que la obra vasta y compleja, densa y sinfónica, está fuera de mis posibilidades. Sin embargo, un cuento que le permitiera más no sea incidir sobre partículas de la realidad lo devolvería al camino del destino elegido, el destino de escritor, el destino que debe ser refrendado día a día. ■









arturo

7 comentarios:

  1. ¡Qué bueno! Qué mano para hilvanar tantas cosas con síntesis perfecta. Gracias!

    ResponderEliminar
  2. Cuando camino por el barrio Los Troncos y paso frente a la Villa Victoria me pregunto: ¿Qué hubiese resultado de nuestra literatura, si Borges y Lotriski se jugaran a duelo de poemas, el derecho a escribir en la revista Sur...?
    Don Trinelli, usted es pueblo ¡Gracias!
    Roberto

    ResponderEliminar
  3. La vida de Lotriski, con sus extrañas y casi siempre eróticas aventuras, merece ser contada. Desafío al biógrafo a que nos cuente la vida y andanzas de este Quijote que ama el néctar divino más que los libros de aventuras.

    ResponderEliminar
  4. En las últimas líneas del último relato hay una síntesis de la actitud de Lotriski hacia la literatura y hacia la vida. Me pareció muy buena su forma de incidir sobre partículas de la realidad.Rmba y Salsa estarían mucho más contentas si escucharan los relatos de Lotriski
    Cristina Pailos

    ResponderEliminar
  5. En los cuentos de Trinelli-Lotriski llega un punto en que se ignora si es Trinelli quien pergeña el relato o, sensu contrario, es Lotriski quien los cuenta rubricando los cuentos. Voy a revisar la firma de los correos para saber a ciencia cierta quién es el verdadero autor...
    andrés

    ResponderEliminar
  6. Me encanta El Quijote!!! Jonny Deep !! Y a Lotriski ( ja ja por lo que dices Andrés) le cuento que en mis pagos , mis paisanos suelen comer los testículos asados!!! Por las dudas no se acerque por san Luis!!!....y bueh , por lo menos escribió un poema de amor.

    ResponderEliminar
  7. Postales cotidianas , con ironía, sarcasmo y filosofía que hay que descubrir tras las situaciones de los sueños, el amor, y la literatura.
    Pura vida escrita al estilo trinelliano.
    Felicitaciones, Carlos, y saludos.
    MARITA RAGOZZA

    ResponderEliminar