sábado, 19 de octubre de 2013

Alejandro Bovino Maciel


           


Relato
Alejandro Bovino Maciel nació en Corrientes, escritor y psiquiatra, vive actualmente en Buenos Aires donde se acaba de estrenar la obra teatral "Los hijos de Rosas" con la dirección de Jorge Graciosi.

Al doblar a la izquierda nos internábamos en las bocas de calles apretadas; el albergue de la noche nos forzaba a escudriñar cada señal, cada signo para deducir dónde arribamos; tomamos por la calle Tacuary.
En cada esquina revoloteaban sombras andróginas, "es aquí" dijo César y se detuvo frente a una casona vieja con pilares rosados en el frente. Un cartel amarillento anunciaba el “Hotel Sheik”.
Un viejo marica raquítico con voz de institutriz inglesa nos recibió en el rellano de la escalera, César preguntó si quedaban habitaciones libres, la Dueña asintió sin darnos demasiada importancia, pasamos al vestíbulo donde un desvencijado ventilador de techo rebanaba la luz con su “trac-trac” hasta que un taxi aparcó en la vereda. La Dueña mostró alivio, sacudía las manos como si se hubiese quemado en una hornalla, apurando con señas a las pasajeras que bajaban del taxi: tres tristes travestis.
   

-¡Al fin  vienen estas canallas! –dijo la Dueña hablando hacia adentro, como si alguien más estuviera acechando la llegada de la comitiva.


10.


Toda cubierta, casi sepulta entre cajas cilíndricas, al ras de telas que sisean y cuelgan, desembarca la Capona rezongando.
-¡La mierda que sale un ojo de la cara viajar en esta porquería! -rezonga a diestra y siniestra con un gorjeo chillón y acelerado.
El taxista mira lejos, como a otro planeta; cuando aspira el humo de su Camel, sube la papada rechoncha, traga saliva, tuerce un poco los mostachos sin decir nada.
 -Y para colmo, señor, me hiciste saltar todo el camino que tengo las tetas por mi cogote.
-La calle está destrozada -interviene  Déborah, que oficia de maquilladora y continúa arrellanada en el asiento delantero gesticulando mientras escarba en su monedero buscando mil guaraníes.
-¡Ay, chicas, se hace tarde! -se desespera  la Dueña, toda contrita y manoteando en la escalinata.
Hecha una tromba, agitadísima y al mismo tiempo oronda, portando una cabeza de telgopor que adorna una peluca toda bucles dorados, desciende del automóvil la Coiffure. Cuando apoya el primer pie en la vereda ya se sabe que su taco alfiler punza el cemento.
Tras los portazos que sacuden el Peugeot -impávido, el taxista sigue fumando- bajan a cual más majestuosa y regia las tres manolas / las que se van al quilombo / las tres y las cuatro solas’  a las que recibe la Dueña en el rellano, acusando con el índice su reloj pulsera Dior de imitación, made in China.


2 comentarios:

  1. Fragmento que da ganas de leer más...esperamos la continuación...

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  2. Es un relato que pide a gritos leerlo completo. Es impresionante la capacidad del relator para describir sin omitir detalles el espejo en el que nosotros vemos los personajes.
    Fluído y con cierto tono de dejadez plasma la acción devorando el ham¡bre de lectura del lector.

    Buscaré algo mas de su obra para deleitarme.

    Celmiro

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