sábado, 26 de abril de 2014

Pedro Mairal


TAN LEJOS DE LOS DIOSES

El hombre, tan omnívoro y callado,
metiéndose en la ropa, atravesando
hileras de botones que se abren
o patíbulos, puertas o tristezas,
bajando en ascensores al invierno,
bostezando, subiendo a colectivos
que pegan coletazos de colores
en todas las esquinas, detestando,
viajando entre sus prójimos lejanos,
tan frágil, vertical, embotellado,
tan buscador, tan lejos de los dioses,
trasnochado mamífero embustero
que emana de la boca de los subtes,
que fuma, tan mendigo del asombro,
tan rey cuando le lustran los zapatos,
tan peatonal y bípedo sin cielo,
regresando con tráfico en las venas,
cautivo en geometrías y bullicio,
soñando alcantarillas, despertando.
Tan asfáltico, el hombre, tan urbano.


TODOS LOS DÍAS

Los ojos reencontrados
al fondo de la taza, los bolsillos,
los platos, la vergüenza,
la sombra gris debajo de la ropa,
el olor a colonia dejado en ascensores,
los gritos de algún coito que se expanden
como palomas grises, por terrazas,
por huecos de aire y luz hasta las oficinas,
la gente que se baña entre azulejos,
que despierta en el subte reclusa de repente
con sólo abrir los ojos,
la gente vinculada
por sucios, infinitos cables negros,
hablando por teléfono de todas sus mascotas,
de parientes adentro de un quirófano
gente cavando un pozo en el asfalto,
buscando cañerías como venas,
gente llena de sueño, de silencio,
con miedo a despertar la historia mal dormida,
gente usando el idioma como un cuchillo oscuro,
un cuchillo gastado, pelando una manzana,
gente que huele a barro crecido de provincia,
que reza con violencia y en la noche
prende hornallas azules.

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